¿Qué es el militarismo?

Si hacemos caso a los analistas preocupados por el futuro del planeta es probable que nos estemos acercando a una situación de colapso en múltiples aspectos: desde el climático al económico, de la gobernanza humana hasta la movilidad de las personas, desde la crisis alimentaria al surgimiento de pandemias a escala planetaria provocadas por nuestro modelo de producción y depredación de la naturaleza, por ejemplo.

Las distopías sociales se están materializando como injusticia global, generalizada e irreversible, mientras las corporaciones más poderosas y las élites refuerzan cada vez más su papel preponderante e imponen, mediante la coacción y la violencia, condiciones de sumisión y explotación insoportables[1]. Vivimos por eso un mundo altamente violento y desigual.

El V Informe Gubernamental sobre Cambio Climático, de 2014[2], suscrito por cientos de científicos de todas las tendencias y cuyas conclusiones no son para nada revolucionarias, da cuenta del precipicio por el que nos deslizamos. También el informe sobre el estado del mundo que anualmente realiza el Instituto Worldwatch consigna el desorden mundial y la injusticia global que definen nuestro mundo globalizado. Podríamos citar otros tantos ejemplos.

Una de las principales dinámicas que refuerza este estado de cosas tiene que ver con una diversificada serie de estrategias y procesos de dominación y violencia, organizadas y ejercidas para consolidar este desorden mundial desde los centros de poder y por parte de los “Poderes” con mayúsculas. Y esas estrategias participan de eso a lo que llamamos “militarismo”.

El militarismo abarca múltiples dimensiones (sociedad, cultura, economía, geopolítica, instituciones, normas …) y muchas prácticas diversas (preparación de la guerra, control social y securitización crecientes, gasto militar, investigación y comercio, …). Además, se interrelaciona con otros diferentes disruptores sociales (patriarcado, explotación de clase, calentamiento global, sobreexplotación de los recursos naturales, imposición de la cultura neoliberal, desmoronamiento de prestaciones sociales básicas entendidas hace poco como derechos, agravamiento de las enormes crisis, en gran parte provocadas por la explotación y dominación ejercidas desde el “centro” del sistema, del “Tercer Mundo”, …).

Esta amalgama sin rostro preciso lo convierte en un campo difuso y enmascarado, aparentemente inocente y alejado de nuestra realidad. Se nos presenta como natural, normalizado e inocuo en nuestras vidas. Algo que no tiene que ver con nosotros y nosotras y que solo actúa en los márgenes. Sin embargo, provoca efectos muy negativos para las sociedades y la propia vida en el planeta, también para la nuestra.

Dar nombre a algo tan difuso como es el militarismo nos permite identificarlo, definir sus perfiles, detectar sus trampas, buscar una mejor comprensión de sus mecanismos de acción y de su ideología. Y también facilita el darnos cuenta de por qué es tan aceptado y valorado socialmente. También nos permite preguntarnos por los modos de luchar contra ello.

Evolución de la idea militarista

El peso del militarismo en el pasado ha sido abrumador. Los ejércitos y la guerra cuentan un relato casi tan largo como el de la Historia con mayúsculas, principalmente porque coincide que quienes plasman ésta suelen ser los mismos que ganan las guerras y acostumbran a eludir la versión (con minúsculas y modesta) de la paz y sus logros discretos, ocultando todo aquello que no interesa a su enfoque unilateral (Utopía Contagiosa, 2012[3]; Muñoz y López, 2004[4]).

Generales, pretorianos, halcones, líderes belicistas, élites favorecidas por el militarismo y ejércitos han sido siempre parte del poder y lo han ejercido de forma expansiva y abusiva hasta la saciedad. En parte, nada nuevo bajo el sol.

Incluso más: en el modo en que ha evolucionado nuestra cultura, la guerra y los ejércitos que la sustentan ha sido un relato tan condicionante que, incluso, los estudios actuales nos hablan del (terrible) papel civilizatorio de la guerra, como regulador político, para alcanzar la “paz” (cierta paz) y la “prosperidad” (cierta prosperidad). La guerra, dicen, “sirve” para algo[5]: reducir globalmente la violencia y la mortalidad (al precio de episodios de verdadera tragedia y del mantenimiento de un leviatán que impone la violencia estructural como condición global en los períodos inter-guerras), lo que muestra a las claras la vigencia del paradigma dominación-violencia como marco regulador y de comprensión de nuestro modelo de sociedades y como camisa de fuerza de la que, a fuerza de persistir en su dominio, es casi imposible despojarse. Es cierto que la guerra condiciona la evolución humana, pero también lo es que si la “desaprendemos” será la paz la que construya el futuro, porque en realidad lo fáctico no es una ley determinista, sino un mero hecho que no nos condena a la eterna repetición.

Idea restringida: Militarismo como desbordamiento de lo militar

No ha sido sino hasta los siglos XIX y XX cuando se ha intentado reconocer el “militarismo” con características propias y diferentes de otros fenómenos sociales con los que se entrecruza. Principalmente porque es entonces cuando las políticas estatales comenzaron a pivotar sobre el peso crucial de los ejércitos y del entramado de intereses “militar-industriales”. De la mano de la tríada ideológica de nación, ejércitos permanentes y de preparación de la guerra se han definido gran parte de las políticas estatales e internacionales de los dos últimos siglos. En la actual fase de globalización de las guerras, con la remilitarización social y el renacimiento de una nueva carrera de armamentos, aparece como elemento indispensable de la geopolítica mundial y del orden capitalista.

Por su parte, la apelación a la idea de “nación en armas”, que ha servido a la finalidad de conseguir una adhesión incondicional y acrítica de la gente del común a los intereses militares, surge también en el XIX y sigue operando hoy en día como una segunda piel cultural y sumisa a la que se pliegan tanto las ideologías de cambio como las mantenedoras del estatus quo.

Según Berghaha[6] el término “militarismo” aparece en los textos de Madame de Chastenay a principios del siglo XIX, adquiriendo desde su inicio múltiples sentidos, todos relacionados con el poder militar y su influencia corporativa en la política de los Estados, o en la relación del poder militar con el poder civil, o en último término, con el estudio de la ideología y doctrinas militares.

Para cierta visión restrictiva, el militarismo consiste en el peso predominante de los militares y de la ideología militar en la política estatal. Caracterizan el militarismo como una especie de lobby de la institución militar (ya sea corporativamente o de algunos de sus miembros más influyentes) sobre las políticas gubernamentales. Algunos en España, como los Generales golpistas Mola[7], Vigón[8] y Martínez de Campos (este a su vez general y Duque) propusieron el adoctrinamiento premilitar de la población en general[9] y consideraron que el militarismo era una solución adecuada a los males de los españoles. Otros en cambio[10] deploran este peso excesivo y pretenden controlar este “poder militar” y supeditarlo al poder civil.

Se hicieron en un tiempo famosos los estudios respecto del militarismo norteamericano tanto de Hungtington[11] (que preconizó que a mayor profesionalización de los militares menos intervencionismo, y afirmó que desde la II Guerra Mundial el poder de los militares en EE. UU. ha ido en decrecimiento y que las prevenciones de Eisenhower contra la influencia militar eran exageradas), como de Janowitz[12] (que opinaba todo lo contrario).

La influencia de estos estudios ha servido de referencia para otros pueblos donde el militarismo ha hecho de las suyas. En España contamos con algunos estudios sobre este enfoque militarista en obras de autores como el historiados Núñez Florencio[13], R. Headrick[14], Platón[15] o Agüero[16].

Fernando Hernández[17] señala, desde su doble condición de historiador y antimilitarista, como fórmula omnicomprensiva de la idea militarista, la ya clásica definición de Michael Klare[18], que lo considera como una tendencia del aparato militar (ejércitos, fuerzas paramilitares, espionaje, burocracia militar) a asumir el control sobre la vida ciudadana con el fin de dominar la cultura, educación, mass media, religión, política y economía, a expensas de las instituciones civiles.

Lo cierto es que a lo largo de la historia el término militarismo también ha ido variando y adquiriendo diferentes sentidos y conceptualizaciones, más allá del poder corporativo de los militares. Añade Hernández que actualmente tiene un carácter difuso, variado y multifuncional, lo que ha dificultado los intentos de una definición genérica. Sugiere la ampliación de significados y planos que, a lo largo de la historia de los siglos XIX y XX, ha ido adquiriendo.

Para ello se utilizan tantos medios militares más estrictos (preparación de la guerra, armamento, desarrollo de la industria militar) como valores “militares” (autoridad, jerarquía, xenofobia, etc.).

Desde tal óptica, no es posible pensar en una alternativa global de defensa que abandone el paradigma de la defensa militar y de la guerra y, por tanto, únicamente nos cabe encauzar el impulso expansivo y peligroso que a veces tiene lo militar.

Más allá de esta idea de “desborde” de lo militar, el militarismo es un plus con categoría propia, y tiene interconexiones con otros planos de dominación, de los que destaca el vínculo del militarismo con el patriarcado y la opresión de las mujeres, o con el nacionalismo, así como el papel manipulador y de cohesión social interna de los sentimientos y lo militar, las estrategias de miedo al uso para ello, su funcionalidad económica para el sistema mundo actual, etc.

En todo caso, y como insinúa Hernández, si nos movemos en el plano del militarismo entendido como “desbordamiento de lo militar” estaremos situados en una comprensión del mismo desde dentro del propio paradigma militarista que predica la “necesidad” indiscutible de lo militar y parte de una idea casi incuestionada en nuestra sociedad: los ejércitos son tan necesarios como respirar y el militarismo hace relación únicamente al exceso de éstos, con lo que la única aspiración posible es encauzar lo militar a sus funciones estrictas militares.

Esta misma idea la enriquece Pedro Oliver, quien explica la amplificación del término más allá de la lectura clásica y afirma la lucha antimilitarista también contra el control social ejercido por el poder, y hasta las prácticas criminalizadoras de la protesta que actualmente están en boga[19].

Esta nueva perspectiva nos lleva a preguntas nuevas: en el contexto mundial en que nos movemos, ¿son los ejércitos la solución o parte del problema? ¿Es imposible la aspiración de superar una defensa militar? ¿una defensa de qué exactamente? ¿Es impensable una defensa de la seguridad humana y de un desarrollo sostenible a escala global? ¿Pueden defender los ejércitos la seguridad humana? ¿Es posible abordar un proceso que “desmilitarice” de forma estratégica y gradual la seguridad y nos permita ir hacia un paradigma de cooperación-noviolenta y a un mundo sin ejércitos?

A responder estas preguntas desde un enfoque alternativo y a proponer un modelo referencial se dedicó el libro de Utopía Contagiosa Política noviolenta y lucha social[20]. ¡Claro que existe un modelo alternativo y claro por el que podemos apostar y por el que luchar por conseguirlo! Solo que… el militarismo también habita en nuestras ideas y se aferra como muros insalvables, haciéndonos comulgar con su ideal propio y convertir en verdad inamovible sus propios intereses.


  1. Butxon, Nick y Hayes, Ben (Eds.) Cambio climático SA. Madrid 2017.

  2. http://ipcc.ch/

  3. Utopía Contagiosa. Política noviolenta y Lucha social. Alternativa Noviolenta a la Defensa Militar. Libros en Acción 2012.

  4. Muñoz, F.A. “Historia de la paz” en Molina Rueda y Muñoz, Eds. Manual de Paz y Conflictos. Granda 2004.

  5. Morris, I. Guerra, ¿para qué sirve? El papel de los conflictos en la civilización, desde los primates hasta los robots. Ático de los Libros, 2017.

  6. Berghaha V.R. Militarism. The history o fan international debate 1871-1979. Palgrave Macmillan. 1982.

  7. Mola, El pasado, Azaña y el porvenir. Librería Bergúa. 1934. Puede conseguirse en formato digital PDF.

  8. Vigón. J. Hay un estilo militar de vida. Editora Nacional 1966.

  9. Martínez de Campos, C. Cuestiones de ante-guerra. Editora Nacional, Madrid 1942.

  10. Savater, F. Las razones del antimilitarismo y otras razones. Anagrama. 1984.

  11. Huntington. The soldier and the state. Mass, 1957; “Power, Expertise and Military Profession”, en The proffesions in America. Compilación de Kennet S. Lynn, Beacon Press.1968.

  12. Janowitz. Socilogy and the military Estbablishmen. Sage Publications 1960; The profesional soldier. Free Press. 1960; The US Forces and the Zero Draf IIIS. 1973. Mililitary Institutions and Coercion in he developing nations. University Press. 1977.

  13. Núñez Florencio, F. Militarismo y antimilitarismo en España 1888-1906 Madrid CSIC 1990; 4.

  14. R. Headrick. Ejército y política en España. Tecnos, Madrid 1981.

  15. Platón, M. Hablan los militares. Planeta. Barcelona 2001.

  16. AGUERO, Felipe. Militares, civiles y democracia. Alianza Editorial 1995.

  17. Hernández Holgado, F. Miseria del militarismo. Una crítica al discurso de la guerra. Virus. 2003.

  18. Klare, Resurgent militarism. Institute for Policy Studies, 1978.

  19. Oliver, P. “¿Tiene sentido el antimilitarismo?” En el dossier Libre acceso a la cultura libre. Revista Librepensamiento. Otoño 2006. Secretaría de Comunicación de CGT.

  20. Utopía Contagiosa. Política Noviolenta

Sigue en: «Entender el militarismo (II): más allá del desbordamiento de lo militar»

El texto de este artículo está extraído de «Manual para entender el militarismo (y luchar por la desmilitarización)»

Imagen destacada de Óscar Vázquez. Imagen en el cuerpo del artículo de M. Moralejo.

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