Judith Butler es una de las filósofas contemporáneas más influyentes. Judía estadounidense, acaba de publicar un artículo titulado The Compass of Mourning (La brújula del duelo) donde escribe sobre violencia y la condena de la violencia. Ayer, por su extensión, sólo publícábamos traducida la primera parte del artículo, hoy lo hacemos con la segunda.
Artículo original completo en London Review of Books:
https://www.lrb.co.uk/the-paper/v45/n20/judith-butler/the-compass-of-mourning
La brújula del duelo (continuación)
Si se decide que no necesitamos saber cuánta infancia y adolescencia palestina ha sido asesinada tanto en Cisjordania como en Gaza este año o durante los años de ocupación, que esta información no es importante para conocer o evaluar los ataques sobre Israel y las matanzas de israelíes, entonces hemos decidido que no queremos conocer la historia de violencia, luto e indignación tal como la vive la población palestina
Algunas personas temen, con razón, que cualquier contextualización de los actos violentos cometidos por Hamás se utilice para exonerar a Hamás o que la contextualización distraiga del horror de lo que han hecho. Pero ¿y si es el propio horror el que nos lleva a contextualizar? ¿Dónde comienza este horror y dónde termina? Cuando la prensa habla de una «guerra» entre Hamás e Israel, ofrece un marco para comprender la situación. En efecto, ha comprendido la situación de antemano. Si se entiende que Gaza está bajo ocupación o si se la llama una «prisión al aire libre», entonces se transmite una interpretación diferente. Parece una descripción objetiva, pero el lenguaje constriñe o facilita lo que podemos decir, cómo podemos describir y lo que podemos conocer. Sí, el lenguaje puede describir pero sólo adquiere el poder de hacerlo si se ajusta a los límites impuestos a lo decible. Si se decide que no necesitamos saber cuánta infancia y adolescencia palestina ha sido asesinada tanto en Cisjordania como en Gaza este año o durante los años de ocupación, que esta información no es importante para conocer o evaluar los ataques sobre Israel y las matanzas de israelíes, entonces hemos decidido que no queremos conocer la historia de violencia, luto e indignación tal como la vive la población palestina. Sólo queremos conocer la historia de violencia, duelo e indignación tal como la vive la población israelí. Una amiga israelí, que se describe a sí misma como «antisionista», escribe online que está aterrorizada por su familia y sus amistades, porque ha perdido gente. Y nuestros corazones deberían estar con ella, como seguramente lo hace el mío. Es inequívocamente terrible. Y, sin embargo, ¿No hay un momento en el que se imagina que su propia experiencia de horror y pérdida por sus amistades y familiares es lo que una palestina podría estar sintiendo en el otro lado o lo que ha sentido después de años de bombardeos, encarcelamiento y violencia militar? También soy una judía que vive con un trauma transgeneracional a raíz de las atrocidades cometidas contra personas como yo. Pero también se cometieron contra personas que no eran como yo. No necesito identificarme con ese rostro o ese nombre para nombrar la atrocidad que veo. O, al menos, me cuesta no hacerlo.
Sólo queremos conocer la historia de violencia, duelo e indignación tal como la vive la población israelí.
Al final, sin embargo, el problema no es simplemente una falta de empatía. Ya que la empatía se forma principalmente dentro de un marco que permite lograr esa identificación, una traducción entre la experiencia de otro y la mía. Y si el marco dominante considera que algunas vidas son más dolorosas que otras, entonces se deduce que un conjunto de pérdidas es más horripilante que otro conjunto de pérdidas. La cuestión de quiénes son las vidas que vale la pena llorar es una parte integral de la cuestión de quiénes son las vidas que valen la pena valorar. Y aquí entra de manera decisiva el racismo. Si los palestinos son «animales», como insiste el Ministro de Defensa de Israel y si los israelíes ahora representan «al pueblo judío», como insiste Biden (asi concentrando la diáspora judía en Israel, como exigen los reaccionarios), entonces las únicas personas afligidas en la escena, las únicas que se presentan como candidatas para el dolor son las israelíes, ya que ahora se está escenificando la escena de la «guerra» entre un pueblo judío y los animales que buscan matarlo. Seguramente no es la primera vez que el colonizador considera animales a un grupo de personas que buscan liberarse de las cadenas coloniales. ¿Son los israelíes «animales» cuando matan? Este encuadre racista de la violencia contemporánea recapitula la oposición colonial entre los «civilizados» y los «animales» que deben ser derrotados o destruidos para preservar la «civilización». Si adoptamos este marco al declarar nuestra oposición moral, nos encontraremos cómplices en una forma de racismo que se extiende más allá de la mera expresión y se extiende a la estructura de la vida cotidiana en Palestina. Y para la cual seguramente es necesaria una reparación radical.
La cuestión de quiénes son las vidas que vale la pena llorar es una parte integral de la cuestión de quiénes son las vidas que valen la pena valorar. Y aquí entra de manera decisiva el racismo.
Si pensamos que la condena moral debe ser un acto claro y puntual, sin referencia a ningún contexto o conocimiento, entonces inevitablemente aceptamos los términos en los que se hace esa condena, el escenario en el que se orquestan las alternativas. En este contexto más reciente, aceptar esos términos significa recapitular formas de racismo colonial que son parte del problema estructural que hay que resolver, de la injusticia permanente que hay que superar. Por lo tanto, no podemos darnos el lujo de apartar la vista de la historia de la injusticia en nombre de la certeza moral, ya que eso significa correr el riesgo de cometer más injusticias y en algún momento nuestra certeza flaqueará en ese terreno poco firme. ¿Por qué no podemos condenar actos moralmente atroces sin perder nuestra capacidad de pensar, conocer y juzgar? Seguramente podemos y debemos hacer ambas cosas.
Por lo tanto, no podemos darnos el lujo de apartar la vista de la historia de la injusticia en nombre de la certeza moral…
Los actos de violencia que estamos presenciando en los medios son horribles. Y en este momento de mayor atención mediática, la violencia que vemos es la única violencia que conocemos. Repito: Tenemos razón al deplorar esa violencia y expresar nuestro horror. Hace días que tengo malestar estomacal. Todo quien conozco vive con miedo de lo que hará a continuación la maquinaria militar israelí, de si la retórica genocida de Netanyahu se materializará en una matanza masiva de personas palestinas. Me pregunto si podemos lamentar, sin reservas, las vidas perdidas en Israel y en Gaza sin ofuscarnos en debates sobre el relativismo y la equivalencia. Tal vez el amplio rango del duelo sirva a un ideal más sustancial de igualdad, uno que reconozca la igual importancia del duelo entre las víctimas y dé lugar a una indignación por el hecho de que estas vidas no deberían haberse perdido, que las personas fallecidas merecían más vida y el mismo reconocimiento por sus vidas. ¿Cómo podemos siquiera imaginar una futura igualdad de las personas vivas sin saber, como ha documentado la Oficina de las Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios, que las fuerzas y los colonos israelíes habían matado a casi 3.800 personas civiles palestinas desde 2008 en Cisjordania y Gaza, incluso antes de que se iniciaran las acciones actuales. ¿Dónde está el luto del mundo por ellas? Cientos de niñas y niños palestinos han muerto desde que Israel inició sus acciones militares de «venganza» contra Hamas, y muchos más morirán en los días y semanas venideros.
Todo quien conozco vive con miedo de lo que hará a continuación la maquinaria militar israelí, de si la retórica genocida de Netanyahu se materializará en una matanza masiva de personas palestinos.
No amenaza nuestras posiciones morales tomarse un tiempo para aprender sobre la historia de la violencia colonial y examinar el lenguaje, las narrativas y los marcos que ahora operan para informar y explicar –e interpretar de antemano– lo que está sucediendo en esta región. Ese tipo de conocimiento es fundamental pero no con el fin de racionalizar la violencia existente o autorizar más violencia. Su objetivo es proporcionar una comprensión más verdadera de la situación que la que puede proporcionar un marco indiscutible del presente por sí solo. De hecho, puede haber más posiciones de oposición moral que agregar a las que ya hemos aceptado, incluida una oposición a la violencia militar y policial que satura las vidas palestinas en la región, quitándoles el derecho a llorar, a conocer y expresar su indignación y solidaridad y a encontrar su propio camino hacia un futuro de libertad.
Ese tipo de conocimiento es fundamental pero no con el fin de racionalizar la violencia existente o autorizar más violencia. Su objetivo es proporcionar una comprensión más verdadera de la situación que la que puede proporcionar un marco indiscutible del presente por sí solo.
Personalmente, defiendo una política de no-violencia, sabiendo que no es posible que funcione como un principio absoluto que se aplique en todas las ocasiones. Sostengo que las luchas de liberación que practican la no-violencia ayudan a crear el mundo no-violento en el que queremos vivir. Deploro inequívocamente la violencia al mismo tiempo que yo, como tantas otras personas, quiero ser parte de la imaginación y la lucha por una verdadera igualdad y justicia en la región, del tipo que obligaría a grupos como Hamás a desaparecer, a poner fin a la ocupación y a que florezcan nuevas formas de libertad política y justicia. Sin igualdad y justicia, sin un fin a la violencia estatal llevada a cabo por un Estado, Israel, que fue fundado en la violencia, no se puede imaginar ningún futuro, ningún futuro de verdadera paz –no «paz» como eufemismo para decir “normalización”- lo que significaría mantener estructuras de desigualdad, falta de derechos y racismo. El futuro no puede lograrse sin tener la libertad de nombrar, describir y oponerse a toda la violencia, incluida la violencia estatal israelí en todas sus formas y de hacerlo sin temor a la censura, la criminalización o a ser acusada maliciosamente de antisemitismo. El mundo que quiero es uno que se oponga a la normalización del régimen colonial y apoye la autodeterminación y la libertad palestinas, un mundo que, de hecho, haría realidad los deseos más profundos de todos las personas que habitan esas tierras de vivir juntas en libertad, sin violencia, igualdad y justicia. Sin duda, esta esperanza parece ingenua, incluso imposible, para mucha gente. Sin embargo, algunas de nosotras debemos aferrarnos a ello con bastante desenfreno, negándonos a creer que las estructuras que existen ahora existirán para siempre. Para ello necesitamos a nuestras poetas y a nuestras soñadoras, las idiotas indomables, las que saben organizarse.
El futuro no puede lograrse sin tener la libertad de nombrar, describir y oponerse a toda la violencia, incluida la violencia estatal israelí en todas sus formas y de hacerlo sin temor a la censura, la criminalización o a ser acusada maliciosamente de antisemitismo.
13 de octubre de 2023
Primera parte de este texto en https://enpiedepaz.org/violencia-y-la-condena-de-la-violencia/