El militarismo no es solo desbordamiento de lo militar

Como vemos, junto a la idea restringida del militarismo, existe otra más holística y compleja, menos publicitada, que observa otras dimensiones y facetas fuera de los ejércitos y su estructura jerárquica. Facetas tan decisivas o más que el mero cuerpo militar para definir el entramado militarista y sus consecuencias para nuestras vidas. Lo contempla como un mal multidimensional y hondamente arraigado en la estructura de poder del mundo y sus estrategias de dominación y violencia.

Este militarismo es activo en múltiples planos de nuestra realidad y condiciona nuestra vida cotidiana de forma radical y constante: desde el pago de impuestos hasta la conexión entre nuestro modo de vida con el empobrecimiento del Sur planetario; desde la contaminación que padecemos a los usos del territorio supeditado a fines militares; o en el control de nuestra intimidad y la imposición de leyes mordaza; o en el modelo de relaciones sociales, de género, e interpersonales que desarrollamos; o en los relativo al recorte de derechos, o a la deuda pública a la que nos somete la decisión de comprar armas de precio astronómico; en la afectación de nuestros derechos sociales o culturales, como la salud, la educación o prestaciones suficientes para vivir con dignidad, recortados siempre y amenazados frente a un gasto militar desorbitado, o en la prohibición a pasear por determinados parajes que la ley contempla “de interés para la defensa” por ejemplo.

Desde tal óptica, el militarismo es una de las principales estructuras opresoras de las variadas que nos atan al paradigma actual. Destaca como un mal a combatir más allá de los excesos que puedan cometer los militares o las apelaciones al genio militar por parte de los políticos más bravucones.

En mi opinión, la amplificación de contenidos que se han venido incluyendo en el término militarismo supone en parte un esclarecimiento, un desvelamiento progresivo, a medida que la expansión militarista se ha hecho más evidente y su opacidad ha ido reduciéndose (gracias en gran parte a la labor de lucha de tantas personas perjudicadas y testigos de sus estragos y a la influencia de la proliferación de medios que hacen inevitable el flujo de noticias y conocimientos). Pero también refleja la estrategia de “vuelta de tuerca” y de “pivote esencial” que la lógica de dominación-violencia vigente está desarrollando ante la sensación de inseguridad que genera el cada vez más acelerado vértigo por el colapso civilizatorio que estamos provocando. Ahora el militarismo se reivindica y se escenifica como solución del caos que está contribuyendo a generar y se hace más presente porque, con el consenso latente de grupos de presión, partidos y entidades sociales, invade más espacios de la realidad social.

Una aproximación

El militarismo consiste en la organización social del ejercicio de las violencias (directa, estructural, cultural y sinérgica[1] a las que nos referiremos un poco más adelante) como medio para imponer un rosario de políticas de dominación, principalmente mediante la preparación de la guerra (incluso la guerra por otros medios) y el uso de ésta como estrategia política, ya sea hacia el interior de las sociedades ( a las que se llega a considerar enemigo interno y se les imponen crecientes mecanismos de control social en un amplio proceso de disciplinamiento y de securitización) o en la relación con otros pueblos, comunidades, países o Estados.

El militarismo abarca múltiples dimensiones, desde la económica, a la cultural, pasando por la política e incluso la ecológica. Por tanto, el militarismo comprende (cuadro 0):

Una estructura política y organizativa que incluye el aparato militar, las estructuras paramilitares y de seguridad, los servicios secretos, los decisores políticos de esta estructura (gobierno, élites, apoyos comunicativos, mundo financiero, etc.), el entramado de leyes y disposiciones y el consentimiento social que con su sumisión la paga y obedece.

Una práctica social que impone este modelo y sus metodologías y hace de los mecanismos de sumisión y control y de preparación de la guerra sus principales herramientas de regulación social y de los conflictos (internos e internacionales).

Una ideología y una cultura que da sustento y legitimidad a todo esto, convirtiendo en “verdad” el relato militarista, sus valores, sus soluciones y sus prácticas y que nos enseña, desde la cuna a la tumba, a ejercitarnos en ellas tanto en lo micro como en lo macro.

Y un marco global de comprensión de la sociedad (paradigma) que sirve de suelo a todo ello y nos permite resignarnos y no soñar con un mundo diferente.


Cuadro 0: Aproximación al antimilitarismo

Su fin es asegurar, mediante la organización de la violencia y la preparación de la guerra (no estrictamente por medios militares) la dominación, imperativo del paradigma dominación-violencia en que se desenvuelve nuestro sistema-mundo desde el punto de vista de los Estados y de la seguridad.

Por tanto, el militarismo es mucho más que la organización militar y, en su caso, su desbordamiento con pretensión de organizar desde sus intereses corporativos la sociedad civil.

Y también mucho más que una ideología que le sirve de soporte y argumentario.

Me gusta representarlo como una especie de poliedro (cuadro 1) con múltiples caras, o dimensiones, que influyen en nuestras vidas. Pongamos por caso un hexaedro.

La explicación del militarismo como un complejo poliédrico, con múltiples dimensiones, nos permite asumir una presentación más compleja del mismo, de su eficacia polifacética, de la variedad de sus caras (incluso de la existencia de caras ocultas, según el ángulo desde el que nos situemos a observarlo) y de su enorme arraigo y vigencia. Volveremos sobre las implicaciones de este cuadro para establecer una especie de resultante de la suma de sus distintos vectores.


Cuadro 1: Caras del militarismo

Pero eso no es todo. El militarismo no aparece en el vacío, sino inserto en un paradigma “envolvente” (regido por las dos ideas fuerza de “dominación” y “violencia” que sujetan, organizan y sirven de elemento estructurante) definidor de objetivos y prácticas y que desencadena sus distintos procesos.

Precisamente la existencia de estos múltiples planos constituye todo un sistema. Un sistema que permite que muchos de sus factores nos aparezcan como imperceptibles o simplemente “ambientales”, de modo que aparentemente nuestra no implicación directa o su “opacidad” nos hacen creer que no nos influyen, que no ocurren en realidad. Y, al igual, nuestra no participación directa en ellos nos hace creer que no operan, que el conjunto del militarismo no nos afecta y no nos perjudica (ni beneficia tampoco en cuanto que pertenecientes al “Primer mundo”). De este modo una segunda representación en el plano podría ser (cuadro 2):


Cuadro 2: Marco referencial dominación-violencia

Nos encontramos así con un sistema complejo que interactúa con otros sistemas más o menos convergentes (el patriarcado, el ambiental o el de la explotación social y laboral), a los que en otro capítulo prestaremos atención.

De tal forma el militarismo es un subsistema distópico de un sistema-mundo más global. No es:

Solo la estructura militar o el peso de esta estructura en la política.

Tampoco una mera ideología o el peso de una serie de ideas de procedencia militar en la política. De hecho, el militarismo está tan alambicado en nuestro mundo que incluso gente no específicamente (ni declaradamente) militarista participa de su dinámica y justifica las últimas razones del militarismo o, si se quiere, considera imposible un mundo sin este componente y a la larga “milita” en su lógica.

Añade a estos:

Una práctica social amplia en dos sentidos: uno, porque exporta sus metodologías a la organización social, imponiendo modelos basados en la jerarquía autoritaria, en la obediencia y sumisión, en un espíritu gregario fuertemente basado en la idea de la manada, en una planificación que supedita los medios a los fines, en la organización de la violencia… Y dos, porque impone estrategias de securitización y disciplina a la sociedad para someterla a las reglas del paradigma dominante.

Cuenta con una dimensión económica, tanto en la producción de una economía de guerra basada en el tirón del gasto militar, como porque el aparataje militar está al servicio del modelo económico de depredación-dominación económico y de su implantación violenta, haciendo que la economía sea economía de guerra y la guerra un instrumento de la economía.

Cuenta con una dimensión política.

Cuenta con un plano cultural que es mucho más que una ideología.

Cuenta con un plano ambiental, o ecológico.

Y contiene, por último, un núcleo duro de estructura de la “defensa”.

Todos estos aspectos comportan una serie de contenidos específicos que se desarrollan en el seno de cada una de las diferentes dimensiones con las que cuenta el conjunto global al que llamamos militarismo. Y así nos permite, por ejemplo, hablar de un aspecto económico que contiene, como elementos específicos, el gasto militar, la industria militar, el negocio de las armas, la deuda causada por la compra de sistemas de armas o por la financiación de toda la estructura militar, el despilfarro y control del gasto, el negocio de la guerra, la militarización de la economía, etcétera; o de una dimensión medioambiental, que contará con contenidos como el uso del territorio y su militarización, el impacto ambiental de la actividad militar, los espacios naturales, las bases militares, etcétera. Del mismo modo, contaremos con un aspecto cultural que abarca contenidos como, por ejemplo, la ideología militarista, la sacralización de la violencia y los valores militares del autoritarismo, la jerarquía, la obediencia ciega, la violencia, la justificación de la guerra, etcétera. Habrá un aspecto político que contiene los consensos de las élites y la defensa de sus intereses, la preparación de la guerra, las políticas internacionales, las intervenciones en el exterior, la guerra por otros medios, etcétera. Un aspecto específicamente organizacional militar donde se encuentran la propia estructura militar, los privilegios de lo militar, la opacidad y el secretismo, el despliegue militar, su labor de lobby, sus infraestructuras, etcétera. Y, por último, un plano social, donde se encuentra la militarización social, las políticas de securitización, la idea de enemigo interno y el control social, etcétera.

Responde al esquema del cuadro 3 (los contenidos son indicativos, no taxativos):


Cuadro 3: aspectos del militarismo


  1. Una explicación de las violencias se puede encontrar en Utopía Contagiosa. Política Noviolenta …”. También en Galtung, J. Tras la violencia, 3 R; reconstrucción, reconciliación y resolución Afrontando los efectos visibles e invisibles de la violencia. Bilbao 1998.

El texto de este artículo está extraído de “Manual para entender el militarismo (y luchar por la desmilitarización)”

Próxima entrega: ¿Cómo funciona el militarismo?

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