«Ni de aquí ni de allí. La gente siria en Turquía, suspendida en el tiempo», es un artículo de

Alex Simon

Synaps.network

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  Traducido del inglés por Sinfo Fernández

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.De todos los países que acogen a la población siria, puede que Turquía haya sido el más generoso. Abrió de golpe sus puertas en los primeros años del levantamiento y alberga ya a más personas sirias desplazadas que el conjunto del resto del mundo. También sirvió, de forma más polémica, como plataforma de lanzamiento para la oposición política y militar de Siria, y como refugio seguro y rentable para su desplazada clase empresarial.

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Y, sin embargo, mucha gente siria siente más a Turquía como una especie de limbo que como un lugar al que llamar hogar. La mayoría subsiste a duras penas en la economía informal del país. Incluso las personas sirias de clase media con trabajos estables luchan a menudo para poder imaginar su futuro allí, angustiadas por los crecientes sentimientos antisirios y las políticas gubernamentales, que parecen hechas a medida para evitar que permanezcan mucho tiempo en el país.

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La relación resultante es conflictiva, incluso esquizofrénica. Mientras Turquía duda entre abrazar a la gente de Siria o rechazarla, la propia población siria se debate entre luchar por echar raíces o esforzarse en seguir adelante. Este estado intermedio refiere también una historia más universal: en todo el mundo, se ha dejado tiradas en el camino a un número cada vez mayor de personas, con cada vez menores perspectivas de llegar a su destino o de regresar a su punto de origen. Esta es la historia de quienes sufren desarraigo en todo el mundo.

Sirios en Turquía hermanos extraños

 

Hermanos y extraños

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En el verano de 2011, cuando el régimen sirio reprimió las protestas pacíficas y una insurgencia incipiente, miles de personas sirias huyeron a través de la frontera norte de su país. El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, se dirigió a la radio para proclamar una solidaridad fraternal: “Siempre dejaremos nuestras puertas abiertas a nuestros hermanos y hermanas sirios”. Detrás de esta promesa había siglos de historia común, combinados con una simpatía generalizada por el levantamiento sirio dentro de Turquía y por todo el Oriente Medio. Erdogan y su Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) se mantuvieron firmes en esta grandiosa declaración hasta 2016, momento en el que alrededor de 2,5 millones de personas procedentes de Siria habían aceptado ya esa oferta.

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A primera vista, las sociedades siria y turca tienen amplios motivos para tal camaradería. Están delimitadas por una frontera de unos 900 kilómetros que va desde la costa mediterránea hasta el río Tigris. La frontera es en sí una presencia novedosa, establecida tras el colapso del Imperio otomano. Durante los siglos anteriores, el norte de Siria estaba mucho más conectado con Anatolia que con Damasco. Alepo, el centro comercial y el enclave industrial más grande de Siria, debía su peso económico a los vínculos con lo que ahora son ciudades turcas: al oeste, el puerto de Alejandreta (Iskenderun) le dio a la ciudad acceso al Mediterráneo y, por lo tanto, a Europa. Al noreste, ciudades de Anatolia como Urfa, Mardin y Diyarbakir eran estaciones de paso hacia enclaves comerciales a lo largo del Tigris, en particular Mosul. En el flanco oriental de Alepo se encontraba la región de Yazira, poblada durante siglos por tribus nómadas y seminómadas que se movían con fluidez a través de las tierras fronterizas actuales.

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«En aquel momento era muy fácil cruzar la frontera; solo tenías que mostrar tu pasaporte»

Esas conexiones entraron en juego cuando oleadas de personas sirias comenzaron a buscar refugio en el norte. Ante la creciente inseguridad y criminalidad en su país, los capitalistas alepinos se dirigieron a Gaziantep, donde muchos disfrutaban de vínculos personales y comerciales. Las personas residentes de Raqqa y Deir Ezzor encontraron seguridad en la provincia turca de Urfa: un lugar donde buen número de ellas habían estado visitando a sus parientes desde hacía mucho tiempo, o al menos podían comunicarse de forma natural con los lugareños y lugareñas étnicamente árabes. Un periodista de Raqqawi, que ahora vive en Estambul con su esposa e hijo, hablaba con cariño de la relación que unía a su ciudad natal con el sur de Turquía antes de 2011:


En aquel momento era muy fácil cruzar la frontera; solo tenías que mostrar tu pasaporte. Y los turcos siempre fueron extremadamente acogedores. Querían bien a los sirios. El pueblo turco de Akcakale y el pueblo sirio de Tal Abyad están tan cerca geográfica y socialmente entre sí que muchos sirios simplemente llaman a Akcakale el “Tal Abyad turco”
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Del mismo modo en que los vínculos centenarios dieron forma a la migración, también impregnaron la política de puertas abiertas del gobierno turco. Después de llegar al poder en 2003, el AKP lanzó una campaña de proyección política, económica y espiritual en los países de mayoría musulmana, entre ellos la Siria de Bashar al-Asad. Esto supuso una ruptura deliberada con la trayectoria posotomana de Turquía, durante la cual el gobierno de Mustafa Kemal Ataturk evitó los antiguos territorios árabes y la identidad islámica del país. La participación de Turquía en el levantamiento de Siria fue, por tanto, una extensión lógica de las ambiciones de Ankara para recuperar el liderazgo del mundo musulmán.

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Sin embargo, es fácil idealizar y exagerar la profundidad de esa herencia.

Sin embargo, es fácil idealizar y exagerar la profundidad de esa herencia. Cuando Ankara y Damasco se reabrieron la una a la otra en la década de 2000, casi un siglo de distanciamiento y competencia había erosionado gran parte de la familiaridad que una vez unió a las dos sociedades. Al modernizarse los Estados nacionales, tanto Turquía como Siria se vilipendiaron entre sí en gran medida. “En nuestro plan de estudios, Turquía era el invasor otomano y el país que nos robó Iskenderun”, explicaba un cineasta damasceno, refiriéndose al territorio disputado amargamente que los poderes coloniales franceses separaron de Siria en 1939.

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Fuera de las zonas fronterizas, pocas personas podían conocer de primera mano a la otra parte, con la excepción de la población siria de ascendencia turca y gente turca religiosa familiarizada con el árabe a través de su fe. “Antes de 2011, la mayoría de los turcos nunca habían escuchado árabe a menos que les llegara a través de la religión”, explicó una mujer turco-estadounidense cuya propia experiencia, como turca laica con estrechos vínculos con Siria, era atípica. “Una vez envié una canción pop árabe a una de mis amigas turcas. Y me respondió: ‘Oh, ¿es esto es del Corán?’”.


Este legado mixto y conflictivo todavía burbujea en la superficie. “Parece que los turcos cambian de actitud hacia nosotros de un día para otro”, dijo una periodista damascena que llegó a Estambul en 2012. En cierto sentido, ella está tan asentada como puede estarlo: se graduó en una universidad local, aprendió el idioma, obtuvo la ciudadanía turca y no tiene intención de irse. No obstante, persiste un sentido de alteridad: “No saben bien si deberíamos gustarles porque compartimos una historia común, o si no deberíamos agradarles porque somos sucios árabes y agentes de destrucción”.

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Absorción y alienación

En las primeras etapas del levantamiento, a medida que la oposición armada de Siria crecía en fuerza y ​​el régimen de Asad perdía terreno, tanto la población siria como su anfitriona turca confiaban en que la guerra se resolviera pronto en términos que permitieran el regreso de la población desplazada. Para 2016, sin embargo, la dinámica más allá de las fronteras de Turquía sugería lo contrario: la intervención de Moscú en Siria había cambiado el rumbo de manera decisiva a favor de Damasco; mientras tanto, Europa había cerrado sus fronteras, disminuyendo la posibilidad de que las personas refugiadas siguieran adelante.

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A medida que las vías migratorias iban estrechándose, la relación entre población siria y turca se iba agriando de forma palpable. Si bien los viejos prejuicios acechaban en el fondo, la mayoría de las tensiones eran más inmediatas y prosaicas: la profunda barrera del idioma, las políticas xenófobas, la competencia por trabajos de bajos salarios y los actos esporádicos de violencia (desde delitos menores hasta ataques del Dáesh) galvanizaron el sentimiento antisirio. El resentimiento se agravó: “Los turcos nos llaman cobardes”, dijo un joven sirio que vive con su familia en la provincia fronteriza de Hatay. “Dicen que abandonamos nuestro país y nos dicen que debemos regresar y luchar por él”. Los terratenientes turcos a menudo se negaban a tener inquilinos sirios. A medida que se multiplicaban los delitos de odio, algunas empresas de propiedad siria comenzaron a presentarse como libanesas a fin de protegerse.

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En lugar de reconocerla como población refugiada per se, el Estado la enmarcó como “invitada”

Las autoridades turcas, por su parte, hicieron poco para cerrar la brecha entre las personas desplazadas y sus inquieta población anfitriona. Tras haber recibido generosamente a la gente de Siria al otro lado de la frontera, Ankara no fue capaz de articular una visión de cómo podría encajar en Turquía. En lugar de reconocerla como refugiada per se, el Estado la enmarcó como “invitada”: una designación evasiva que dejaba abierta la cuestión de cuánto tiempo se le permitiría quedarse y qué derechos disfrutaría mientras tanto. Al principio, este marco era muy permisivo: las personas sirias disfrutaban de una movilidad sin restricciones y una amplia libertad para ganarse la vida, ya fuera al registrar formalmente empresas y ONG o trabajar en la economía sumergida. “El enfoque inicial de Turquía fue de tolerancia más que de formulación de políticas”, comentó un arquitecto damasceno que se trasladó a Estambul en 2013. “No crearon un sistema para nosotros; simplemente miraron para otro lado”.

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Este enfoque tolerante solo tenía sentido en el supuesto de que esta afluencia de población, la mayor en la historia moderna de Turquía, fuera de corta duración. A medida que la realidad iba decantándose, mucha gente, en ambas partes, se aferró a la ilusión de un regreso inminente. Ankara reformuló sus esperanzas de que millones de personas sirias pronto regresarían, si no victoriosamente, al menos a las “zonas seguras” que Turquía se proponía establecer al otro lado de la frontera. Asimismo, algunos sirios y sirias continuaron alimentando su anhelo del hogar. Un trabajador de una ONG de la zona rural de Deir Ezzor, que ahora vive en Urfa, explicaba así su propia relación conflictiva con un lugar donde se siente cómodo, pero donde parece que no puede asentarse:

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«…siempre quisimos creer que estábamos a punto de volver a Siria»

Cuando mi familia llegó aquí en 2014 y comenzó a buscar apartamento, los propietarios preguntaban si queríamos alquilar por años o por meses. Les contestábamos que por meses, porque siempre quisimos creer que estábamos a punto de volver a Siria. Seis años después, seguimos diciendo lo mismo: solo un mes más. No puedo animarme a sentirme como en casa aquí; extraño la vida en mi pueblo. Y, sin embargo, sé que hay pocas posibilidades de que pueda regresar en los próximos diez años: no solo estoy buscado por el régimen, también por el Dáesh y las autoridades kurdas [que controlan el noreste de Siria].

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Intencionadamente o no, los sirios y las sirias han ido echando raíces de forma lenta pero segura: alquilan casas, tienen hijos e hijas, se matriculan en escuelas y universidades y aprenden el turco que necesitan para poder arreglárselas. Ankara ha hecho que sea notablemente sencillo para las personas sirias establecer empresas, lo que refleja la ideología históricamente proempresarial y el enfoque pragmático ante el potencial económico por parte del AKP. “Obtuve la licencia para abrir mi negocio en unas dos horas”, comentó un comerciante sirio desde su oficina en la ciudad fronteriza turca de Reyhanli. Aunque su ciudad natal se encuentra más cerca del Líbano, decidió hacer un viaje más largo hasta una base más prometedora en Turquía. “El Líbano es un lugar agotador y fastidioso para hacer negocios. Hay pocas protecciones y todo depende de tener contactos. Turquía tiene un Estado de derecho”.

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«A veces, nuestros vecinos vienen a pedir consejo sobre la mejor forma de hacer negocios en árabe»

Animados por este entorno, un número creciente de sirios, tanto empresarios consolidados como arribistas sin experiencia, encontraron formas de mantenerse a través del comercio minorista, la fabricación y los servicios. En algunos casos, esto estimuló la competencia entre tiendas y restaurantes sirios y turcos. En otros, los intereses mutuos acercaron a gente siria y turca. “Aprendimos suficiente turco para tratar de forma eficiente con otros empresarios turcos de nuestro sector”, explicaba un hombre sirio cuyo taller en Gaziantep convierte tejidos en prendas terminadas. No tenía experiencia previa en este campo, pero consideró que era una forma viable de ganarse la vida. Añadió: “Los turcos también aprenden algo de árabe para trabajar con los sirios. A veces, nuestros vecinos vienen a pedir consejo sobre la mejor forma de hacer negocios en árabe”.

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A medida que millones de personas sirias seguían sus propios caminos en Turquía, se iba remodelando colectivamente piezas del tejido local

A medida que millones de personas sirias seguían sus propios caminos hacia diversos rincones de Turquía, se iba remodelando colectivamente partes y piezas del tejido local. Gaziantep, la ciudad del sureste famosa por su baklava y pistachos, afloró no solo como refugio para las empresas sirias, sino también como la capital de facto de la política de la oposición siria y la sociedad civil. “Este vecindario está lleno de personal de ONG sirias”, explicó un trabajador de una ONG del centro de Siria, mientras conducía hacia su propio apartamento en una zona residencial arbolada.

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Tales transformaciones son visibles en todo el país. “En la mayoría de las ciudades turcas, puede verse al menos una zona que la población siria ha hecho realmente suya”, observó un intelectual árabe que vivió durante décadas en Damasco. Se ha procurado un hogar temporal en Estambul, entre otras cosas para seguir conectado con amistades que huyeron de Siria. Señaló que la gente de Siria había dejado su huella incluso en esta megaciudad de quince millones de personas: “Parece como si hubieran rediseñado todo el vecindario de Fatih. Allí ves tiendas y marcas que no esperarías encontrar en ningún otro lugar excepto en Damasco”.

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Brazos abiertos, mano de hierro

A medida que las comunidades sirias se arraigaban más profundamente en Turquía, Erdogan y el AKP se enfrentaban a un dilema: ¿cómo insertar una apariencia de orden en millones de personas desplazadas sin normalizar su presencia? La respuesta dependía de dos políticas aparentemente contradictorias. Por un lado, las autoridades turcas fortalecían sus vínculos con los segmentos de élite de la sociedad siria a través de la naturalización. Por otro lado, hacían retroceder las libertades que Turquía había otorgado a otras personas sirias, dejándolas varadas en una zona gris conformada por políticas represivas cada vez más restrictivas.

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En el corazón del enfoque ambivalente de Turquía está el ininteligible régimen jurídico que rige la presencia siria. Al haberle negado el estatuto de refugiada, la mayoría de la población siria se rige por la ley de protección temporal de Turquía. Este marco da derecho a las personas desplazadas por la fuerza a un puerto seguro, acceso a la educación pública y a la atención médica, y garantías proforma contra la repatriación involuntaria. Sin embargo, no permite que la gente siria trabaje sin un permiso, que la gran mayoría lucha por conseguir; por lo tanto, trabaja ilegalmente en las numerosas granjas y fábricas de la economía sumergida. La población siria tampoco puede poseer propiedades a su nombre, lo que ha llevado a alguna de estas personas a abrir entidades corporativas con el propósito expreso de comprar una casa.

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El Ministerio del Interior lanzó una amplia campaña para arrestar a las personas sirias sin la documentación adecuada

Con el paso de los años, el término “protección temporal” ha adquirido un matiz kafkiano: a medida que la presencia siria en Turquía se vuelve menos temporal, su estatus también parece cada vez menos protector. En 2015 las autoridades turcas exigieron, por primera vez, que las personas con protección temporal obtuvieran un permiso antes de viajar fuera de la gobernación en la que se habían registrado originalmente. Los sirios y sirias que se habían trasladado de una provincia a otra por motivos profesionales o para estar con su familia, se encontraron de repente fuera de la ley, sujetos a multas y deportación a su lugar de registro. Por lo tanto, muchas personas limitan sus movimientos por temor a un posible encuentro con la policía.

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Sin embargo, no fue hasta el verano de 2019 cuando la presión del Estado sobre la población siria alcanzó toda su fuerza. Tras las elecciones locales en las que los partidos de la oposición atacaron la política de puertas abiertas del AKP, Erdogan trató de endurecer la imagen de su gobierno. El Ministerio del Interior lanzó una amplia campaña para arrestar a las personas sirias sin la documentación adecuada. Cientos, si no miles, fueron detenidas y expulsadas ​​a Siria. Muchas personas se vieron obligadas a firmar acuerdos en turco en los que renunciaban a su estatus de protección temporal y, por lo tanto, se sometían “voluntariamente” a la expulsión. “Conozco a dos tipos que fueron deportados a pesar de tener su documentación en regla”, dijo un estudiante universitario en el sur de Turquía. “Todo su edificio, con unos cuarenta residentes sirios, fue deportado por razones que nadie entendió. Tal vez solo habían molestado a los vecinos, o alguno de ellos vendiera drogas”.

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La represión fue parte integral del enfoque cada vez más agresivo y centrado en la seguridad por parte de Turquía

La represión fue parte integral del enfoque cada vez más agresivo y centrado en la seguridad por parte de Turquía para gestionar la presencia siria, tanto dentro del país como a lo largo de su frontera. En 2018 Ankara había anunciado ya la finalización de un muro de hormigón y alambre de púas: financiado por la Unión Europea, se extiende ya por 764 kilómetros a través de la alguna vez porosa frontera sur de Turquía. Se sabe que los guardias fronterizos disparan contra la gente procedente de Siria que intenta cruzar al país, mientras golpean y deportan a quienes llegan a suelo turco. Paralelamente, las autoridades han reforzado su control sobre las ONG sirias e internacionales que implementan programas de ayuda financiados por Occidente. Las organizaciones son visitadas por la policía y, a veces, clausuradas por incumplimiento de las estructuras legales bizantinas. “En tan solo un par de años, hemos pasado de una política de laissez-faire a una de control casi total”, dijo el director de una ONG siria que estaba a punto de trasladar sus actividades de Turquía a Europa.

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Pero justo cuando Turquía estaba lanzando una redada sobre un conjunto de personas sirias, estaba convirtiendo a decenas de otras miles en ciudadanía turca. A finales de 2016, Erdogan presentó un plan para otorgar la nacionalidad a “personas altamente cualificadas […] ingenieros, abogados, médicos”. Ankara lo llevó a cabo a través de un turbio proceso en función del cual el Estado invita discrecionalmente a personas sirias a solicitar la ciudadanía. Si bien las reglas de selección son opacas, toda persona siria sabe quién tiene las mejores oportunidades: estudiantado universitario, personas dueñas de negocios y profesionales de determinados campos. La naturalización ha servido así como herramienta para absorber a las personas sirias más deseables en la sociedad turca; también incentiva a aquellas no naturalizadas a matricularse en universidades o abrir negocios que pagan impuestos.

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…el procedimiento ha resultado tan opaco que parece una demostración más de poder arbitrario

Para cuando las deportaciones aumentaron, a mediados de 2019, el gobierno turco estimó que había distribuido más de 90.000 pasaportes. Para sus beneficiarios sirios y sirias, la ciudadanía resolvió algunos de los problemas más espinosos de Turquía: permitirles trabajar legalmente, moverse libremente, poseer propiedades y comenzar a planificar el futuro. Para muchas personas, sin embargo, el procedimiento ha resultado tan opaco que parece una demostración más de poder arbitrario. “Algunas personas son invitadas durante sus dos primeros años en Turquía, mientras que otras llevan cinco o seis años aquí y nunca fueron nominadas”, dijo un periodista de la zona rural de Damasco que vive en Estambul. Las solicitudes activas se prolongan en ocasiones durante años. En algunos casos, las autoridades turcas anunciaron que se habían eliminado cientos de solicitudes debido a confusos fallos técnicos.

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Para las autoridades turcas, la naturalización es solo una táctica más para cooptar a la gente siria que considera útil. En casos extremos, el proceso se convierte en un arma: las agencias de seguridad turcas cultivan una red de milicias sirias que actúan como agentes de la política militar de Ankara en el norte de Siria y otras zonas de conflicto, a saber, Libia y el Cáucaso. Las formas más banales de cooptación apuntan a los sirios en esferas clave como los negocios y el sector de las ONG, especialmente en ciudades del sur como Urfa y Gaziantep, donde la presencia siria es más densa. Muchos sirios también buscan activamente entablar relaciones con los funcionarios turcos. Un extrabajador de una ONG describió el quid pro quo que observó en Gaziantep:

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«Por supuesto, también es una forma de infiltrarse en la comunidad siria. Los sirios compiten por poder acceder a tales reuniones»

El wali [gobernador] organiza periódicamente reuniones con representantes de la comunidad siria. Creo que lo hace principalmente para que la población siria sienta que tiene alguna representación y para limitar las posibles fricciones. Por supuesto, también es una forma de infiltrarse en la comunidad siria. Los sirios compiten por poder acceder a tales reuniones: la conexión con el wali podría ayudarles con su solicitud de ciudadanía, facilitar su negocio o ayudar en caso de tener problemas con algún organismo gubernamental.

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Tal acceso se ha vuelto, de hecho, de vital importancia para moverse en un entorno burocrático y legal en constante cambio. “La implementación de la ley depende del empleado individual con el que estás tratando”, dijo un consultor sirio que sabe mejor que la mayoría cómo manejar el órdago burocrático, pero que se enfrenta aún a obstáculos interminables para mantener a flote su negocio. En su puesto, el camino más seguro hacia el éxito es cultivar aliados dentro de la estructura de poder turca: “Las organizaciones sirias con mayor éxito son las que han desarrollado las conexiones adecuadas».

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Promesas y precariedad

Las tensiones auspiciadas por la política turca han impulsado a diferentes grupos de la población siria a lo largo de trayectorias marcadamente divergentes. En un extremo del espectro, las políticas favorables a las empresas y la campaña de naturalización de Ankara han permitido que una minoría de personas sirias se establezca e incluso prospere. Sin embargo, la gran mayoría permanece en tierra de nadie sin una vía clara hacia la estabilidad. Muchas personas luchan incluso por sobrevivir, trabajando por una compensación insignificante y sin una red de seguridad. “La mayoría de los sirios, si no pertenecen a familias acomodadas, terminan trabajando en una sucia fábrica”, dijo el periodista damasceno en Estambul, señalando que se había beneficiado de los lazos comerciales de su padre. Las políticas de Turquía amplifican esta brecha y brindan oportunidades a la gente menos necesitada.

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Para una gran parte de la clase baja siria, Turquía es menos un lugar para llamar hogar que uno del que escapar lo antes posible. “La mayoría de los sirios pobres están convencidos de que Turquía nunca permitirá que se establezcan”, explicó un joven de Deir Ezzor que pasó cinco años trabajando informalmente en tierras de cultivo turcas. “Esas personas continúan buscando un camino hacia Europa”. Su historia es un buen ejemplo de ello: recientemente pidió prestado a amigos y familiares para sobornar a unos contrabandistas”.

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«Esto es parte de lo que ha empujado a tanta gente hacia Europa a través de vías increíblemente peligrosas»

Incluso las personas sirias de clase media pueden ser ambivalentes: por un lado, Turquía es el país que las acogió, les dio espacio para ganarse la vida y podría absorberlas formalmente a través de la naturalización. Por otro lado, la sociedad turca, en su mayoría, no las quiere, y no hay certeza de que alguna vez puedan graduarse y pasar de invitadas no deseadas a ciudadanía en toda regla. El arquitecto damasceno en Estambul explicó el efecto de tal inseguridad en los cálculos de las personas, ya que él mismo está considerando migrar a Europa, a pesar de haber aprendido turco y haberse asegurado unos ingresos estables:

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La política turca nos coloca en una posición de extrema ambigüedad: no tenemos criterios claros para saber si debemos quedarnos. Esto es parte de lo que ha empujado a tanta gente hacia Europa a través de vías increíblemente peligrosas. Hay una lógica en esto. Me voy a subir a una barca y, si muero, habrá terminado tanto sufrimiento. Si no muero, obtendré la ciudadanía alemana. Las personas que partieron por mar en 2015 regresan ahora de visita con sus pasaportes europeos.

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«Si gana la oposición, podrían enviarme de regreso a Siria. Y si me devuelven, podrían matarme»

Los extendidos sentimientos antisirios dentro de la sociedad turca no hacen sino intensificar este sentido de precariedad, alcanzando su punto máximo en torno a elecciones o episodios de violencia. “Si un sirio está involucrado en algún problema local, se refleja en todos nosotros”, dijo un escritor de Raqqa, que vive ahora en Urfa. “Hace unos años, hubo un incidente en el que un sirio mató a un turco en Urfa. Durante varios días, todos los sirios se quedaron en casa y las tiendas sirias cerraron”. Para algunos, la xenofobia no solo alimenta la alienación, sino el miedo absoluto: “Las vidas de las personas sirias aquí valen muy poco”, dijo el periodista de la zona rural de Damasco. “Cada semana o dos hay una nueva historia de un sirio que es asesinado en alguna disputa”.

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A esta ansiedad se suma la creencia de que las arenas políticas de Turquía pueden cambiar de manera que pongan aún más en peligro a los sirios. A algunos les preocupa que las elecciones generales de Turquía de 2023 puedan derrocar al AKP y dar paso a partidos de oposición que son abiertamente hostiles a los refugiados. “Si gana la oposición, podrían enviarme de regreso a Siria”, dijo el mismo periodista de la zona rural de Damasco. «Y si me devuelven, podrían matarme”. Ya sea que se lleven a cabo o no deportaciones masivas, la perspectiva se cierne cada vez más en las mentes de unas personas que ya se sienten muy vulnerables.

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La ironía es que las personas sirias, inexorablemente, se están convirtiendo en parte de Turquía

La ironía es que las personas sirias, inexorablemente, se están convirtiendo en parte de Turquía, aunque muchas se esfuerzan por salir. Este proceso de absorción es ad hoc, divorciado de cualquier visión gubernamental sobre cómo debería ser la presencia siria. Un sirio que trabaja con una fundación turca en Estambul explicó cómo los cientos de miles de niñas y niños sirios matriculados en escuelas turcas se están integrando ya mucho más que sus padres:

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Los sirios estamos cambiando, pero no nos estamos integrando. Por el contrario, a menudo siento que tanto las sociedades sirias como las turcas se están cerrando sobre sí mismas. Los sirios y los turcos pueden vivir uno al lado del otro, pero no se saludan. Realmente, todo lo que podemos pedir es que no se peguen en las calles. Se trata de tolerancia, no de integración.

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«La excepción es la infancia, que es tan buena hablando turco que es difícil distinguirla de la turca»

Muchos sirios y sirias comenzaron a aprender turco, pero la mayoría de nosotros no nos lo hemos tomado en serio. La excepción es la infancia, que es tan buena hablando turco que es difícil distinguirla de la turca. Siento que nuestras hijas e hijos se volverán rápidamente más turcos que sirios: un niño nacido en el Idlib rural pero criado en Estambul tiene mucho más en común con Estambul que con el Idlib rural.

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Incluso aquellas personas que esperan salir de Turquía reconocen a menudo las ventajas del país. Turquía, admiten con facilidad, ha adoptado una postura mucho más generosa que otros Estados que se apresuraron a cerrar sus fronteras o impedir que la gente siria trabajara. Muchas personas elogian la sofisticación de la infraestructura turca, sugiriendo a veces que Turquía se parece más a un país europeo que a uno de Oriente Medio. Y, si la modernidad de Turquía es una bendición, su proximidad geográfica y religiosa a Siria es un bálsamo para quienes temen la extrañeza del exilio en Europa.

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Como consecuencia, aunque mucha población siria busca una salida de Turquía, otra explora una forma de entrar. En el Líbano, un número creciente de personas sirias ve a Turquía como un país anfitrión más estable y menos hostil. La recesión económica del Golfo y las restricciones a la mano de obra migrante también han provocado un repunte de gente siria que se traslada a Turquía. Para esa población recién llegada con tantas esperanzas, parece ofrecerle un espacio vital, que es más de lo que otros países están dispuestos a dar.

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Pioneros

La historia de la gente siria en Turquía plasma tendencias más amplias que se desarrollan dentro del sistema migratorio global. Quizás lo más importante es que el enfoque discrecional de Ankara refleja una década en la que el mundo prácticamente ha abandonado cualquier pretensión de defender las normas morales establecidas y las estructuras legales que rigen la migración forzada. En los países occidentales, al igual que en Turquía, la respuesta a las recientes oleadas de personas refugiadas ha venido dictada menos por las estructuras u obligaciones existentes que por los instintos políticos caprichosos y clientelistas. El resultado es un rompecabezas de políticas inconsistentes e incoherentes que varían enormemente entre Estados, provincias y ciudades dentro de un solo país, lo que deja a quienes solicitan asilo tratando de desenvolverse por un sistema que no solo es inhumano sino inescrutable.

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Por su parte, los gobiernos europeos han buscado ante todo congelar la migración en su camino: invirtiendo en barreras físicas, manteniendo miserables campamentos en sus fronteras y subcontratando la contención a socios más cercanos a los países de origen de la población migrante. El resultado es un sistema tácito, aunque cada vez más arraigado y sofisticado, en el que los Estados europeos financian a sus homólogos de Oriente Medio y África para detener a las gentes migrantes mucho antes de que lleguen a su destino, confinando a las personas en condiciones tan desesperadas que a menudo lo intentan una y otra vez. La política de Estados Unidos hacia su frontera sur sigue el mismo patrón.

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…maltratan flagrantemente a las mismas personas a las que se les paga por contener

Este acuerdo tiene obvias implicaciones fáusticas. Al tratar a solicitantes de asilo ante todo como una amenaza que hay que evitar, los Estados occidentales han normalizado un trato en el que otros Estados, desde Turquía hasta el Líbano y Libia, utilizan a la población refugiada como arma para obtener la ayuda europea y estadounidense, incluso mientras maltratan flagrantemente a las mismas personas a las que se les paga por contener. En su forma más extrema, esto se traduce en recompensar a los regímenes y milicias por detener y torturar a las gentes refugiadas, traficar con ellas como esclavas, reclutarlas como mercenarias y obligarlas a regresar a zonas de guerra. Este sistema es tanto más perturbador por el grado en que se ha cristalizado como pilar aceptado de la política exterior.

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Esta forma de actuar tiene costes tanto morales como prácticos

La paradoja de este enfoque es que, al extender aún más la desesperación, también impulsa a un número creciente de personas a abrirse caminos cada vez más costosos y peligrosos hacia la movilidad. Por lo tanto, las sociedades occidentales gastan generosamente en programas que, en lugar de resolver el problema, lo que hacen es quitárselo de la vista y permitir que se agrave. Esta forma de actuar tiene costes tanto morales como prácticos: desde el desmantelamiento de las leyes hasta envalentonar las políticas nativistas, algo que alimenta la incertidumbre y la ansiedad desde Berlín hasta Washington.

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El trato que los turcos dan a los sirios ilustra vívidamente los costes de esta nueva normalidad. Si bien la carga recae, en este caso, más pesadamente sobre la población siria, este estado intermedio tiene implicaciones para la propia Turquía, donde la migración se ha convertido en un punto álgido de una política que divide de forma amarga al país. Los efectos se extienden hasta las costas europeas, donde quienes son responsables de la toma de decisiones temen el día en que Erdogan pueda cumplir sus amenazas de desatar una marea de emigrantes hacia Europa. Lo más insidioso de todo es la garantía de que estos problemas perdurarán y mutarán siempre que el impulso de las personas por moverse sea tan fuerte como el deseo de hacerlos volver atrás.

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(16 de febrero de 2021)

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Alex Simon es director para Siria de Synaps.

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[Créditos de la ilustración: Boris Thaser Istanbul 2015, con licencia de Creative Commons.]

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Nota en el artículo original: Esta publicación pudo llevarse a cabo con el amable apoyo de la Fundación Konrad-Adenauer. Su contenido no refleja necesariamente la opinión oficial de esta Fundación. La responsabilidad de la información y los puntos de vista expresados en esta publicación recaen exclusivamente en los autores.

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Fuente:

https://www.synaps.network/post/syrian-refugees-turkey

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