Se ha hecho pública últimamente en algunos blogs alternativos una cierta tendencia reflexiva, que sin duda debe ser bienvenida, originada por el estallido de la penúltima guerra en suelo europeo, algo que, extrañamente, no ocurrió a causa de toda una década de guerra en Siria, guerra nada menor, ya que, a su largo enquistamiento, hay que añadir que ha provocado centenares de miles de muertes de civiles. Sin embargo, la constatación del incremento del pensamiento militarista en toda Europa hace que ahora esa reflexión tienda a analizar prioritariamente el comportamiento de la población en general respecto al antimilitarismo y centre las propuestas en la cr´tica de las sempiternas maniobras gubernamentales en la manipulación de conceptos como la Paz. Sin embargo, desde enpiedepaz.org echamos en falta, además, tanto un mínimo nivel de autocrítica desde propio antimilitarismo como propuestas explícitas para llenar de contenido la idea de paz y el «no a la guerra», mostrando su alternativa, como factores añadidos de reflexión que ayuden igualmente a avanzar, encontrando las necesarias claves para dinamizar y fortalecer ese mismo antimilitarismo. Es por ello que, hacia finales de abril, nos decidimos a pedir y publicar a gente colaboradora de este sitio algún material que tuviese relación con esa idea, y cuya inquietud ya nos habían expresado tiempo atrás. Hoy presentamos el primer resultado de esa petición y es el trabajo de Juan Carlos Rois titulado «Encrucijadas para el antimilitarismo», que es, incluso, un concepto que sería, en si mismo, muy adecuado para abarcar la totalidad de textos que hemos pretendido incitar a generar. Que aproveche ésta y posibles próximas lecturas.
Encrucijadas para el antimilitarismo.
Juan Carlos Rois
Hace ya un tiempo considerable se publicó en la revista Mambrú, que editaba el MOC de Zaragoza, un curioso artículo del Colectivo Utopía Contagiosa referido al contexto del militarismo español y los desafíos que implicaba su evolución para las luchas antimilitaristas.
Por aquel entonces la lucha antimilitarista llevaba un ciclo prolongado e intenso de movilización social y se encontraba en la fase más aguda de la confrontación antimilitarista frente al servicio militar obligatorio.
El artículo se tituló “Cuando teníamos las respuestas nos cambiaron las preguntas” (Mambrú núm. 59, primavera de 1999) y pretendía mirar más allá de la campaña de insumisión, que tantas energías consumía (y con razón) y, sobre todo, del enfoque antirrepresivo y reactivo al que se vio abocada por el incremento del encarcelamiento de insumisos en que consistió la respuesta del Estado al desafío desobediente; porque el Estado mantuvo su cerrilidad represiva y perversa hasta la definitiva derrota del servicio militar, ese impuesto de sangre que por tantos lustros lastró la memoria colectiva y que ahora parece casi olvidado por la gente más joven y que no ha pasado por el trance.
En aquel artículo se insinuaba y se pretendía la apertura de miras y de luchas más allá del servicio militar y la búsqueda de estrategias para enfrentar la expansión del militarismo a otros campos y dimensiones de la vida social, con la necesidad de desencadenar movilización y comunicación/pedagogía contra éstas y de hacer real una de las principales aspiraciones del antimilitarismo: desmilitarizar la sociedad y abolir las estructuras militaristas.
El panorama ha cambiado mucho desde aquel entonces y hasta es posible que la incomprensión y anatemización de aquel artículo en su momento de aparición haya sido borrada por el tiempo y perdonados sus autores por desviar la mirada del principal esfuerzo del momento.
También el panorama de la militarización que se barruntaba entonces ha cambiado mucho y para peor, de modo que, lo que antes parecían tendencias incipientes, ahora son realidades bien cristalizadas de presencia del militarismo, de sus estructuras, de sus apoyos y de su ideología en casi todos los escenarios sociales, porque, para nuestra desgracia y asombro, el militarismo ha logrado normalizar su mensaje de construcción autoritaria y violenta de lo social como algo no problemático y casi no problematizado. De hecho, asistimos a un ciclo de remilitarización creciente y fatalmente asumido, o al menos aceptado por mucha más gente de la que cabía esperar, incluida la totalidad de los partidos políticos que (se supone al menos en la teórica de su relato) expresan la pluralidad de la sociedad.
De hecho, asistimos a un ciclo de remilitarización creciente y fatalmente asumido, o al menos aceptado por mucha más gente de la que cabía esperar
Tal vez en algo ha contribuido el que, con el éxito de la insumisión y la posterior voladura controlada de la mili, la movilización antimilitarista perdió su principal argumento y estímulo, con la considerable merma de energías y activismo antimilitarista, el trasvase de tanta gente y de la propia experiencia de desobediencia seguida bajo parámetros noviolentos a otros grupos y luchas sociales y la incorporación, más o menos discreta, a la vida cotidiana de gran parte del personal del entorno y que participó de la desobediencia insumisa.
El hecho es que el militarismo de hoy es muy (o muy poco, según se mire) diferente al de antaño. Para empezar, su mensaje ha calado más y es más eficaz en nuestra sociedad; la estructura militar y la constante preparación de la guerra se ha fortalecido y expandido hasta extremos insólitos; la razón militar ocupa espacios y cometidos sociales que antes no asumía y sus tremendos efectos perversos sólo se desvelan y son percibidos como tales de forma muy ocasional y casi anecdótica por la gente del común. Todo ello sin contar con la eficaz política de invisibilidad practicada desde los medios del poder hacia la apuesta antimilitarista y hacia toda disidencia al respecto.
Por su parte, la respuesta antimilitarista no ha conseguido la capacidad de hacerse oír más allá de acontecimientos puntuales, principalmente con motivo de las guerras mediáticas, alimentadas de forma emocional y bastante interesada por los medios afines al statu quo y por otros intereses de confrontación ajenos al antimilitarismo, o en actos más o menos recurrentes, como pueden ser las ferias de armas, o la presencia de militares en exposiciones o ferias juveniles, o las campañas anuales de objeción fiscal, junto con algunas luchas sempiternas y de carácter más bien localista que, afortunadamente, se niegan a desaparecer, como la del campo de entrenamiento militar de Bardenas Reales y otros espacios militares, la base americana de Rota, o las protestas en puertos marítimos contra la venta de armas.
No quiero decir con ello que el activismo antimilitarista haya estado de brazos cruzados y mucho menos que haya desaparecido. Sería injusto. Si miramos con un poco de distancia, el antimilitarismo en España ha aparecido y reaparecido de forma más o menos periódica, con lo que parece que ha sido una cierta pérdida de la memoria propia y el recurrente empezar de cero en más de una ocasión, encadenando ciclos de movilización contra las quintas y las guerras en diversos períodos, seguidos de períodos de casi encefalograma plano, y una gran presencia desde los años 70 del siglo XX hasta después de la supresión de la mili y prolongando su presencia, ahora más debilitado, hasta nuestros días, en el que me parece uno de sus períodos de mayor continuidad y pluralidad de perspectivas.
No quiero decir con ello que el activismo antimilitarista haya estado de brazos cruzados y mucho menos que haya desaparecido. Sería injusto. Si miramos con un poco de distancia, el antimilitarismo en España ha aparecido y reaparecido de forma más o menos periódica…
Pero ahora no gozamos de nuestros mejores días. Es evidente (y meritorio con lo que está cayendo) que los grupos, grupúsculos y personas que quedan en pie en esa difusa red reticular del movimiento antimilitarista, hacen lo que pueden, la mayoría del tiempo de forma bastante sacrificada y discreta y con una preocupante falta de relevo generacional.
Me quiero referir más bien a la relevancia social de nuestras luchas no en términos de compromiso, calidad, justicia, o intensidad de las mismas, sino en lo que se refiere a su comunicación y difusión/conocimiento por parte de esa entelequia indefinida que es la sociedad (para quien, salvo actuaciones directas concretas en momentos puntuales, casi no existimos y nuestras reivindicaciones gozan de una difusión mínima y una capacidad de comunicación social tirando a baja), a la capacidad performativa de nuestra acción y a la eficacia de nuestros propósitos para encadenar otro ciclo de movilización y participación intenso y desde abajo.
Porque doy por supuesto que el movimiento pretende movilizar y apela a la sociedad y a otras organizaciones sociales más o menos afines para protagonizar cambios en el sentido de la propuesta antimilitarista y no busca reconvertirse en un lobby experto de interlocución con el poder y sus instancias para convencerle de la oportunidad de nuestras reivindicaciones, por más que alguna de las organizaciones participantes del movimiento antimilitarista o de sus aledaños sí enfoquen su misión hacia esta hiperespecialización de ONG experta y grupos de influencia.
Porque doy por supuesto que el movimiento pretende movilizar y apela a la sociedad y a otras organizaciones sociales más o menos afines para protagonizar cambios en el sentido de la propuesta antimilitarista y no busca reconvertirse en un lobby experto de interlocución con el poder
Algunxs compañerxs de camino, precisamente preguntándonos por nuestro devenir, me han sugerido la oportunidad de evaluar y hacer autocrítica, como si de nosotrxs, de nuestros recursos y de nuestra voluntad, sin contar con la dureza del contexto y el siempre presente en la política ingrediente del azar, dependiera la posibilidad de encadenar otro momento álgido de lucha antimilitarista.
Yo estoy convencido de lo primero, de la necesidad más bien de clarificar y hacer aflorar la inteligencia compartida para repensarnos, pero no tanto de lo segundo, del manido esfuerzo de autocrítica, al menos si se entiende como autoflagelación reactiva. Suficiente mochila de esfuerzo y luchas, con sus luces y sombras, tenemos ya como para darnos a las justificaciones y propósitos de la enmienda y las derivadas autoflageladoras que de ello pueden sucederse.
De modo que, atendiendo a la sugerencia, en lo que sigue va mi particular reflexión, que espero que no moleste demasiado y, si cabe, sirva para completar el relato y la discusión inagotable sobre nuestra lucha y nuestra participación en otras luchas afines.
Se suele decir que hacerse buenas preguntas ayuda a orientar respuestas y tal vez es el momento de las preguntas pertinentes. En todo caso, a mí me rondan en la cabeza algunas perplejidades que no estoy seguro de si sirven para esa labor de repensarnos, pero por si de algo sirven, las formulo.
¿Cómo es posible que, sabiendo más del militarismo y sus manifestaciones, nuestra actividad no abarca más dimensiones de éste y no tenemos una agenda más eficaz para enfrentarlo?
Tenemos más conocimiento del militarismo y sus ramificaciones que antes. Nunca antes hemos sabido tanto de las actividades del ejército, de sus misiones y actuaciones, de su planificación y objetivos, del gasto militar, del apoyo y financiación de este por parte de instituciones públicas y privadas, incluyendo la banca y múltiples personajes con nombres y apellidos de la élite dominante, del complejo militar-industrial, de los espacios naturales que ocupan y de las “zonas de influencia” donde imponen restricciones a los usos del territorio, de la venta de armas, de su penetración en la cultura, de su preparación constante de la guerra y de las mentalidades y manipulaciones que promueven para aceptar su lógica, de la huella ecológica que genera su actividad en tiempo de paz (y no digamos en tiempo de guerra), de las atrocidades que comenten cuando entran en acción, de su despilfarro y corrupción, de los intereses a los que sirven y un largo etcétera.
Sin embargo, este conocimiento mayor del militarismo y sus actuaciones no ha dado lugar a una perspectiva de lucha que lo enfrente en su diversidad y en su extensión y más bien parece que nuestro repertorio se ha reducido a unos pocos temas reducidos y muy puntuales y, tal vez, ha abandonado una perspectiva más compleja y diversificada de luchas.
¿Por qué la sociedad no reacciona ante los desmanes del militarismo?
Cada vez que tengo la oportunidad de hablar en público sobre el militarismo, y sobre todo cuando tengo la oportunidad de hacerlo en espacios de gente no especialmente afines a nuestras luchas, me ocurre una nueva perplejidad.
Somos capaces de desvelar muchas de las trampas del militarismo y de explicar sus nefastas consecuencias para nuestras vidas. La gente se asombra, muestra incredulidad a veces por desconocer todo esto, acaba viendo que no es un invento nuestro sino real, pero … no hay una reacción efectiva. No conduce a la acción.
¿Por qué ese mayor conocimiento y desvelamiento del militarismo que tenemos no invita a un mayor activismo y compromiso de la gente? ¿Por qué no se siente afectada mi alterada? Otras reflexiones recientes y bien pertinentes de Josemi Lorenzo o de Agustín Velloso me parece que también se preguntan por esta preocupación, por la perplejidad que nos provoca y por la falta de conclusiones que nos puedan conducir a vencer esta tendencia. ¿Tenemos que hacer algo más o algo distinto para ello? ¿Vale con el testimonio de contraste, con el repliegue a la coherencia y a la ejemplaridad y esperar tiempos mejores? ¿Nos resignamos a la incorregibilidad del género humano, incluidos nosotrxs mismxs? …
¿Por qué no se consolida un relevo generacional?
Cuando yo me empecé a relacionar con el antimilitarismo, este era casi un movimiento juvenil, o al menos de mucha juventud en sus activistas. Es comprensible, porque uno de los temas centrales era la lucha contra la conscripción militar que afectaba de forma muy significativa a la mitad de la juventud a la que se obligaba a formar parte del ejército por un período de vida. Ese antimilitarismo daba ya paso a otras perspectivas más allá del servicio militar obligatorio. Había grupos de mujeres antimilitaristas que trabajaban desde la perspectiva feminista, luchas contra la militarización en las escuelas y el sexismo de juguetes y prácticas sociales, contra los bloques militares y la carrera de armamentos, contra el gasto militar, en pro de la desobediencia laboral y científica a las armas, de coordinación de luchas con otros países, contra las bases militares y la OTAN, contra los campos de tiro y entrenamiento militar, de búsqueda de alternativas a la defensa militar, de resistencia a las guerras, de preparación y profundización en la acción directa noviolenta y tantos otros aspectos de enfrentamiento a la militarización social y política.
Durante gran parte de mi experiencia vital todas estas preocupaciones y otras tantas han seguido, con mayor o menor intensidad y fortuna, aunque, como he insinuado más arriba, se han ido con el tiempo reduciendo su presencia en las agendas de lucha.
En todo caso, la experiencia acumulada es enormemente rica, pero ¿quién tomará el relevo?¿A quiénes se puede transmitir todo este caudal? Porque muchos de los colectivos, grupos y grupúsculos de la variada (y atomizada) red que compone el movimiento antimilitarista cuentan con una militancia que ya peina canas; algunxs muchas canas, y sería trágico que los antimilitaristas de dentro de treinta o cuarenta años tuvieran que empezar de nuevo y casi de cero, como nos tocó hacer a nosotrxs, con pérdida de toda esta memoria acumulada.
¿Está cambiando la forma de organización y lucha antimilitarista?
Esta perplejidad se acompaña de otra más esperanzadora, porque o yo tengo ya unas cataratas muy inhabilitantes, o muchos de los contenidos de la experiencia antimilitarista (desobediencia, acción noviolenta, sentimiento difuso pacifista, asunción de la objeción fiscal, … ) sí se han trasladado a otras expresiones de resistencia y lucha social de empeño transformador y tal vez la inmensa juventud que no participa directamente de las organizaciones específicamente antimilitaristas y que se encuentra haciendo otras cosas, implique una nueva forma de desarrollar el movimiento antimilitarista.
No lo sé ¿Tal vez es esta la nueva forma de ser de un movimiento que cuenta con grupos / grupúsculos específicamente antimilitaristas, con Alternativa Antimilitarista y algún otro colectivo de parecida importancia como principal referente, justo es decirlo, y un atomizado y muy variado número de grupos fuera de su coordinación, junto con grupos, de mayor o menor estructura, que no se definen específicamente como antimilitaristas, pero asumen también postulados o campañas antimilitaristas?
¿ Es esto una transformación del propio movimiento que requiere a su vez saber rotularla y comprenderla para mejor coordinarnos? ¿Cómo, en tal caso, efectuar una transmisión de conocimientos, experiencias, y perspectivas?¿Cómo buscar en tal diversidad nuevas articulaciones y mejores agendas de lucha compartida?
¿Antimilitarismo más allá de del no a la guerra y de las resistencias a las guerras?
El rechazo de la guerra forma parte de las ideas que circulan en nuestra cultura. Sin profundizar mucho en las implicaciones que conlleva, toda la gente, salvo algunos depravados, está en contra de la guerra y es capaz de conmoverse sentimental y emocionalmente contra ella.
Otra cosa es a lo que se refiere en cada caso ese no a la guerra. Y, si no, que se lo pregunten a los propagandistas de la fe militarista, ministra de defensa a la cabeza, cuando nos dicen que tan en contra de la guerra están que la hacen por su gran compromiso por la paz.
De este modo, sobre una idea cultural difusa y compartida, resulta que las políticas de cada día y la brutal propaganda y manipulación han logrado pervertir la propia idea de paz, vaciándola de contenido y haciendo poco operativa la consigna del no a la guerra.
…han logrado pervertir la propia idea de paz, vaciándola de contenido y haciendo poco operativa la consigna del no a la guerra.
De otro lado, el oropel de las grandes manifestaciones contra las guerras (mediáticas) que tuvo lugar en España, no respondió necesariamente a un sentimiento antiguerra ni a una conciencia antimilitarista. De hecho, no son explicables sin la orquestación de otros intereses por parte de los partidos políticos (PSOE e IU principalmente) y su retórica vacía y partícipe de la visión militarista de la paz. Gritar en esas manifestaciones “militares parásitos sociales” era toda una apelación a que te miraran con malas caras.
Ahora nos reprochan porque, dicen, no se puede aspirar la paz a cualquier precio, como si no fuera ese el quid de la cuestión y de la razón pacifista: que no queremos asumir cualquier precio para la paz, entre ellos el de imponer el terror o la guerra, el de participar en masacres y asesinatos, el de destruir el patrimonio cultural o la naturaleza, el de envilecer nuestras sociedades y nuestros modos de abordar los conflictos o el de permitir que impere definitivamente un statu quo de injusticia, inviabilidad y violencia rectora.
…no queremos asumir cualquier precio para la paz, entre ellos el de imponer el terror o la guerra, el de participar en masacres y asesinatos
Lxs antimilitaristxas nos consideramos resistentes a las guerras y a su preparación y perpetuación.
¿Pero basta hoy con ser resistentes a las guerras? ¿No hay que apostar por llenar de contenidos una propuesta de paz alternativa y de contraste con la paz militarista? ¿Cómo la construimos?¿Cómo la llenamos de contenido, de prioridades, de practicas y propuestas?¿Cómo lo debatimos?…
Llenar de contenido la idea de paz y el no a la guerra, mostrando su alternativa, es un reto que compete de forma muy directa al antimilitarismo y ante el que nos queda mucho trayecto para subir la montaña.
Llenar de contenido la idea de paz y el no a la guerra, mostrando su alternativa, es un reto que compete de forma muy directa al antimilitarismo y ante el que nos queda mucho trayecto para subir la montaña.
La confrontación del antimilitarismo con las guerras, particularmente en las que no gozan del interés mediático, puede suponer un punto de contraste sobre el que, también, nos podemos preguntar, porque, o yo estoy muy equivocado, o la respuesta que hemos dado no ha sido la misma en cuanto a la extensión del trabajo del conjunto del movimiento en algunas de ellas (las de los Balcanes, las de Irak, la invasión de Afganistán o ahora la de Ucrania) que en otras más silenciadas, como las del Sahel, donde encima participa el ejército español de la mano del francés, la de Yemen, la de Siria o la permanente guerra de Palestina.
…o yo estoy muy equivocado, o la respuesta que hemos dado no ha sido la misma en cuanto a la extensión del trabajo del conjunto del movimiento en algunas de ellas …/… que en otras más silenciadas
De hecho, es probable que parte de la credibilidad de la propuesta alternativa por la que el antimilitarismo trabaja se juegue también en nuestro compromiso junto con las víctimas de las guerras y en favor de las poblaciones que las sufren.
Tal vez, en este sentido, el apoyo explícito y decidido a los movimientos noviolentos en zonas de conflicto y a los episodios de resistencia noviolenta a las guerras y a su preparación en éstas, o a la rica experiencia noviolenta de construcción de cuidados en guerras invisible o incómodas, implica algo más que la mera solidaridad y, justo es reconocerlo, algunos silencios a la apuesta noviolenta, como el caso de Siria y su movimiento noviolento, por ejemplo, son una piedra de contraste de nuestra propia credibilidad.
…en guerras invisible o incómodas, implica algo más que la mera solidaridad y, justo es reconocerlo, algunos silencios a la apuesta noviolenta, como el caso de Siria y su movimiento noviolento, por ejemplo, son una piedra de contraste de nuestra propia credibilidad.
También aquí conviene preguntarnos por nuestro compromiso desigual y por la calidad, en la marabunta de mensajes contradictorios que se han propagado en la sociedad y que han servido para crear confusión y desmovilización, de nuestros mensajes, propuestas y alternativas.
Porque el camino que no transitemos nosotrxs proponiendo nuestra idea de paz, una idea alternativa a la paz negativa que manejan los poderes, pero también a la idea de paz al uso en unas izquierdas todavía pegadas a las ortodoxias de su nostálgico análisis del mundo (que hace confundir a tiranos que se dicen de izquierdas con pacifistas de pro o que confunden la geopolítica de cuando existía la URSS con los lineamientos de la actualidad) o que apuesta con igual devoción que el liberalismo más ortodoxo por el militarismo, no lo va a hacer nadie más.
Porque nuestro no a la guerra no aspira al desarme, ni a la neutralidad, ni a una mera paz jurídica o de tratados, ni a la diplomacia preventiva, sino a la lucha contra la violencia rectora en todas sus dimensiones, a políticas militantemente pacifistas y de cambio estructural y cultural y por la desmilitarización y transformación social hacia la cooperación-noviolencia.
¿ Cómo vencer el veto informativo a nuestro mensaje?
Actualmente sufrimos un verdadero veto informativo.
Hasta ahora, si no estoy equivocado, nuestra gran baza de siempre, y siempre en escenarios hostiles, ha sido la capacidad de desbordar, mediante nuestra acción directa, el escenario y las agendas marcadas desde el poder, problematizando el militarismo y apelando a su desacato, con el propósito de conseguir, mediante la movilización, resistirnos a sus imposiciones.
Esta sigue siendo nuestra posibilidad de éxito, pero está cambiando el teatro donde se produce la comunicación y se vive la vida y está desapareciendo la gran ágora analógico donde podíamos escenificar y luchar contra el militarismo y, cada vez más, la lucha contra sus tentáculos se invisibiliza.
Nuestro reto sigue siendo desbordar y apelar a la movilización, pero el escenario ha cambiado de tal manera que estamos obligados a emplear la creatividad para tal desbordamiento.
Nuestro reto sigue siendo desbordar y apelar a la movilización, pero el escenario ha cambiado de tal manera que estamos obligados a emplear la creatividad para tal desbordamiento.
El control de la información y hasta la creación enlatada y al dictado de lo que debemos pensar por parte de monopolio corporativo y mercantilizado, en alianza con los intereses en boga del actual ciclo neo (o ultra) conservador, conlleva ninguneo de nuestras luchas, veto de nuestras ideas y demonización de nuestras personas.
¿Cómo vencer todo esto? ¿Cómo trasladar una lucha radical a la sociedad, en un contexto de invisibilización deliberada de cualquier atisbo de refutación al relato dominante? ¿Debe cambiar nuestro modelo de comunicación, nuestros contenidos, nuestras performances, nuestra participación en el ágora físico de la calle o en el más difuso de las redes y todo ese impreciso y equívoco mundo digital donde transita la gente a la que debemos invitar a rebelarse?
¿Cómo conseguir que los contenidos antimilitaristas se incorporen a las agendas de otros movimientos sociales y luchas? ¿Cabe sincretizar una propuesta de defensa social que permita abordar un ciclo de movilización en torno a la idea de defensa alternativa?
Hoy en día dos grandes corrientes de lucha se muestran especialmente movilizados para alterar el panorama social y cultural. Uno es el feminismo y otro el ecologismo.
Ambos son tremendamente afines y sensibles a la idea de paz, al repudio de la violencia rectora y las distintas violencias (directas, estructurales, culturales y sinérgicas) que forman parte dominante del paradigma vigente. Ambas participan de (y a menudo también protagonizan) propuestas pacifistas y antimilitaristas y, en una proporción apabullante, de la metodología de acción noviolenta.
Múltiples luchas y activismos sociales comparten, igualmente, muchos planteamientos antimilitaristas y son sensibles a la lucha antimilitarista.
Múltiples luchas y activismos sociales comparten, igualmente, muchos planteamientos antimilitaristas y son sensibles a la lucha antimilitarista.
Muchas veces el intercambio y el activismo es tan plural que nos movemos entre la diversidad de militancias, con el enriquecimiento y el intercambio mutuo que esto produce.
El antimilitarismo participa también de las luchas ecologistas, feministas y del activismo social y comparte una gran de sus planteamientos alternativos.
Pero nos falta un nivel suficiente de coordinación y, tal vez, la explicitación de agendas de lucha compartida en términos de defensa social frente al modelo vigente y frente a la defensa militar que lo protege.
Tal vez también es nuestra tarea la de estimular como empeño propio de diálogo para especificar esta perspectiva de las luchas y dibujar compartidamente esta alternativa de paz, o de defensa, al modelo militarista.
A este propósito el antimilitarismo puede incorporar su visión de que la transformación del militarismo debe provocar dos dinámicas de cambio simultáneos: quitar poder a lo militar mediante nuestro desacato y construir alternativa mediante nuestras prácticas de contraste.
No podemos dejar la agenda antimilitarista empeñada únicamente en quitar poder al militarismo y negar el paradigma de dominación/violencia en torno al que se organiza. Se necesita construir a la vez alternativa desde ideas de cooperación/noviolencia.
No podemos dejar la agenda antimilitarista empeñada únicamente en quitar poder al militarismo y negar el paradigma de dominación/violencia en torno al que se organiza. Se necesita construir a la vez alternativa desde ideas de cooperación/noviolencia.
Debemos a su vez ayudar a clarificar que las estrategias de “desarme” (y al margen de que sea deseable conseguir cuanto más desarme mejor) no son estrategias encaminadas hacia la paz con contenidos, sino a la preservación de un statu quo de paz armada basado en el equilibrio de armas: De ahí la pertinencia de incorporar la estrategia de desmilitarización y no de desarme como estrategia propia de la lucha por la paz.
Debemos también llenar de contenidos los procesos en los que hay que trabajar para desencadenar esa estrategia de desmilitarización, a la que me voy a permitir denominar como transarme, en el sentido de ir más allá de las armas y más allá del desarme.
La idea de desmilitarización y su dinámica de desencadenar/aprovechar procesos permite dibujar un horizonte de sentido a la lucha por la paz.
Se dibuja así la desmilitarización en una triple dimensión: como práctica de lucha social actual y vigente (con su doble proceso de ser una lucha social y una práctica de contraste y una metodología de empoderamiento social); una estrategia de apuesta por la superación del militarismo ( con su doble proceso de generar un proceso de trans-arme (más allá del desarme) y de quitar poder a lo militar y dotarnos de alternativas simultáneamente, y como un horizonte alternativo al que llegar de construir un modelo de defensa global alternativo basado en las ideas rectoras de noviolencia y cooperación en contraste con el paradigma vigente de violencia/dominación.
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Hasta ahora luchamos por medio de campañas puntuales que expresan nuestras principales críticas al militarismo. Esto nos permite aterrizar en aspectos concretos y localizados (campos de tiro, gasto militar, instalaciones militares y bases, comercio de armas, militarización de las escuelas, resistencia a las guerras, ferias o exhibiciones militares, etc.) luchas antimilitaristas.
¿Es suficiente este modelo de acción? Lógicamente no tengo una respuesta, sólo una perplejidad. Pero me da la impresión de que nos falta un hilo conductor que permita a la sociedad ubicar de forma compleja y coherente la alternativa antimilitarista que se dibuja tras estas luchas.
Me parece que esta puede articularse tal vez en torno a siete ejes de trabajo, uno transversal a los otros seis, que pueden permitir rellenar de contenidos, de objetivos, de prioridades, de prácticas y de campañas el trabajo antimilitarista.
Estos ejes nos permitirían ir construyendo y ordenando, como digo una propuesta global de lucha que sirva de horizonte hacia la sociedad.
El arte de saberlo traducir al lenguaje de la gente del común, para que haga suyas estas aspiraciones y propuestas y de simplificarlo, actualizarlo y enraizarlo en nuestra fragmentaria y complicada sociedad y cultura obligará a esfuerzos colectivos que, de nuevo, crean perplejidades e interrogantes.
¿Cómo provocar otros ciclos de movilización capaces de aglutinar esperanzas sociales de cambio? ¿Cómo incorporar nuestra experiencia a otros ciclos de movilización social?
Acabo ya. La pregunta del millón sigue afectando a muestra capacidad, en el actual contexto, de provocar un nuevo ciclo de movilización antimilitarista.
La guerra podría haber sido un desencadenante adecuado, pero, como comprobamos, no hemos dado con la tecla. No lo hemos conseguido con las guerras silenciadas, de las que casi tampoco somos conscientes, ni lo hemos conseguido con las guerras mediáticas y la corriente de sentimientos y afectividad que desde los medios oficiales se han desencadenado en torno a estas.
No lo hemos conseguido tampoco con el gasto militar, a pesar de nuestro esfuerzo por promover la lucha directa contra el mismo y tampoco contra la venta de armas a países en conflicto, a pesar de la importancia creciente que tiene esta preocupación y la muy interesante lucha antimilitarista en puertos de salida de barcos con armamento para estos países.
No se me ocurre qué acontecimientos pueden ser en el contexto actual desencadenantes de la lucha antimilitarista. Tal vez la evolución que cabe esperar del refuerzo militarista de Europa y el estridente bramido de los halcones determinando las políticas permita en algún momento apelar a la conciencia colectiva para nuevos ciclos de lucha.
Creo que estar pendientes a esta evolución y compartir análisis y perspectivas, con las luces largas puestas para ver más allá de la hojarasca de cada día, nos puede permitir vislumbrar estas nuevas posibilidades ante el que se e antoja como un futuro a medio plazo de mayor contradicción y autoritarismo, cuando no cortocircuito, de nuestro modo de vida frú.