CAPÍTULO UNO EL ÉXITO DE LAS CAMPAÑAS DE RESISTENCIA NOVIOLENTA

La noviolencia está bien mientras funciona.

MALCOLM X

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EN NOVIEMBRE DE 1975, el presidente de Indonesia, Suharto, ordenó una invasión a gran escala de Timor Oriental, alegando que los nacionalistas del grupo izquierdista que había declarado la independencia de Timor Oriental un mes antes, el Frente Revolucionario para un Timor Oriental Independiente (Fretilin), era un amenaza comunista para la región. El brazo armado del Fretilin, las Forças Armadas de Libertação Nacional de Timor-este (Falintil), lideró la inicial resistencia a las fuerzas de ocupación indonesias en una guerra convencional y de guerrilla. Usando armas dejadas por las tropas portuguesas[1], las tropas de Falintil libraron la lucha armada desde la región selvática montañosa de Timor Oriental. Pero Falintil no ganaría la partida. A pesar de algunos éxitos iniciales, para 1980 la brutal campaña de contrainsurgencia de Indonesia había diezmado la resistencia armada junto con casi un tercio de la población de Timor Oriental[2].

Sin embargo, casi dos décadas después, un movimiento de resistencia noviolenta ayudó a expulsar con éxito a las tropas indonesias de Timor Oriental y a conseguir la independencia para el territorio anexionado. El Frente Clandestino, una organización originalmente concebida como una red de apoyo al movimiento armado, con el tiempo invirtió los roles y se convirtió en la fuerza impulsora de la resistencia noviolenta e independentista. A partir de 1988, el Frente Clandestino, que surgió de un movimiento juvenil de Timor Oriental, desarrolló una gran red descentralizada de activistas, que planeó y ejecutó varias campañas noviolentas dentro de Timor Oriental, en Indonesia, e internacionalmente. Estas incluyeron protestas sincronizadas con las visitas de diplomáticos y dignatarios, sentadas dentro de las embajadas extranjeras, y acciones de solidaridad internacional que reforzaron el activismo noviolento dirigido por timorenses.

El régimen indonesio reprimió este movimiento, continuando con su típica manera de abordar los desafíos violentos y noviolentos internos. Pero la represión tuvo el efecto contrario al perseguido. Tras la muerte en noviembre de 1991 de más de doscientos manifestantes noviolentos timorenses a manos de las tropas indonesias en Dili, la campaña independentista experimentó un giro de guión. La masacre, que fue captada por un camara británico, se retransmitió rápidamente por todo el mundo, causando indignación e incitando a los timorenses orientales a repensar su estrategia (Kohen 1999; Martín, Varney y Vickers 2001). La intensificación de las protestas noviolentas y el traslado de la resistencia a Indonesia propiamente dicha se convirtieron en los componentes principales de la nueva estrategia.

Suharto fue derrocado en 1998 después de una crisis económica y de un levantamiento popular masivo y el nuevo líder de Indonesia, B. J. Habibie, rápidamente llevó a cabo una serie de reformas políticas y económicas diseñadas para restaurar la estabilidad y credibilidad internacional al país. Hubo una tremenda presión internacional sobre Habibie para que resolviera el problema de Timor Oriental, que se había convertido en un vergonzoso tema diplomático, por no mencionar una enorme carga para los presupuestos de Indonesia. Durante un referéndum de 1999, casi el 80 por ciento de los votantes de Timor oriental optaron por la independencia. Tras el referéndum, milicias con respaldo indonesio lanzaron una campaña de tierra quemada, que provocó destrucción y desplazamientos masivos. El 14 de septiembre de 2000, el Consejo de Seguridad de la ONU votó por unanimidad la autorización de una fuerza internacional liderada por Australia para Timor Este[3].

La Administración de Transición de las Naciones Unidas para Timor Oriental supervisó un período de transición de dos años antes de que Timor Oriental se convirtiera en el más reciente estado independiente del mundo en mayo de 2002 (Martin 2000). Aunque un pequeño número de las guerrillas Falintil (cuyos objetivos habían sido estrictamente militares) retuvieron sus armas hasta el final, no fue su resistencia violenta lo que liberó el territorio de la ocupación indonesia. Como un miembro del Frente Clandestino explicó, “El Falintil era un símbolo importante de resistencia y su presencia en las montañas ayudó a levantar la moral, pero la lucha noviolenta finalmente nos permitió alcanzar la victoria. Toda la población luchó por la independencia, incluso de los indonesios, y esto fue decisivo.[4]

De manera similar, en las Filipinas a finales de los 70, varios grupos guerrilleros revolucionarios iban ganando fuerza constantemente. El Partido Comunista de las islas Filipinas y su Nuevo Ejército del Pueblo (NPA) se inspiraba en la ideología marxista-leninista-maoísta y perseguía la revolución armada para alcanzar el poder. Los ataques militares patrocinados por el estado contra el NPA dispersaron la resistencia guerrillera hasta que el NPA abarcó todas las regiones del país. El gobierno filipino lanzó un esfuerzo concertado de contrainsurgencia, y el NPA no fue nunca capaz de alcanzar el poder.

A principios de la década de 1980, sin embargo, los miembros de la oposición comenzaron a buscar una estrategia diferente. En 1985 la oposición reformista se unió bajo la bandera de UNIDO (Organización Democrática Nacionalista Unida) con Cory Aquino como su candidata presidencial. En el período previo a las elecciones, Aquino demandó una disciplina noviolenta, dejando claro que los ataques violentos contra los opositores no serían tolerados. Los líderes de la iglesia, de manera similar, insistieron en disciplina, mientras que el Movimiento Nacional Ciudadano por unas Elecciones Libres formó a medio millón de voluntarixs para monitorear las elecciones.

Cuando Marcos se declaró ganador de las elecciones de 1986 a pesar de las contrademandas de lxs contrincantes electorales, Cory Aquino lideró un mitin de 2 millones filipinos, proclamando la victoria para sí misma y para “el pueblo”. Al día siguiente de la toma de posesión por parte de Marcos, los filipinos participaron en una huelga general, un boicot a los medios estatales, una demanda de dinero masiva de los bancos controlados por el estado, un boicot a las empresas colaboradoras con el régimen y otras actividades noviolentas.

Una facción disidente de los militares señaló que apoyaba a la oposición en su lucha, alentando a la oposición el 25 de febrero a formar un gobierno paralelo con Aquino a la cabeza. Masas de civiles filipinos desarmados, incluyendo monjas y sacerdotes, rodearon los cuarteles donde los soldados rebeldes estaban acuartelados, formando un amortiguador entre esos soldados y aquellos que se mantuvieron fieles a Marcos. La administración del presidente Ronald Reagan se cansó de apoyar a Marcos y comunicó su apoyo al movimiento de oposición. Esa noche, helicópteros militares estadounidenses transportaron a Marcos y su familia a Hawai, donde permanecieron en el exilio. Aunque Filipinas ha experimentado una difícil transición a la democracia, la campaña noviolenta logró acabar con la dictadura de Marcos. Donde la insurgencia violenta había fracasó solo unos años antes, el movimiento Poder Popular triunfó.

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EL ENIGMA

Los relatos anteriores presentan enigmas empíricos tanto específicos como generales. Específicamente, nos preguntamos por qué la resistencia noviolenta ha tenido éxito en algunos casos en los que la resistencia violenta había fracasado en los mismos estados, como los movimientos violentos y las campañas noviolentas a favor de la independencia en Timor Oriental o las campañas por el cambio de régimen en Filipinas. Podemos preguntarnos además por qué la resistencia noviolenta en algunos estados falla durante un período (como la Campaña de Desafío de la década de 1950 por activistas antiapartheid en Sudáfrica) y luego tiene éxito décadas más tarde (como la lucha anti apartheid a principios de los 90).

Estas dos preguntas específicas enfatizan un interrogante más general, que es el punto central de este libro. Buscamos explicar dos fenómenos relacionados: por qué la resistencia noviolenta a menudo tiene éxito comparándola con la resistencia violenta, y en qué condiciones, la resistencia noviolenta tiene éxito o fracasa.[5]

De hecho, los debates sobre la lógica estratégica de los diferentes métodos de acción y lucha no tradicional se han puesto de moda recientemente entre los estudios académicos (Abrahms 2006; Arreguín-Toft 2005; Byman y Waxman 1999, 2000; DashtiGibson, Davis y Radcliff 1997; Drury 1998; Horowitz y Reiter 2001; Lyall y Wilson 2009; Merom 2003; Pape 1996, 1997, 2005; Stoker 2007). En muchas de estas valoraciones, no obstante, está implícita la suposición de que el medio más contundente y eficaz de lucha política implica la amenaza o el uso de la violencia. Por ejemplo, una opinión predominante entre los politólogos es que los movimientos de oposición escogen el terrorismo y las estrategias de insurgencia violenta porque tales medios son más efectivos que las estrategias noviolentas para lograr los objetivos políticos (Abrahms 2006, 77; Pape 2005). A menudo, la violencia se considera un último recurso o un mal necesario a la luz de situaciones desesperadas. Otros estudios se centran en la eficacia del poder militar, sin compararlo con formas alternativas de poder (Brooks 2003; Brooks y Stanley 2007; Desch 2008; Johnson y Tierney 2006).

A pesar de estos supuestos, en los últimos años poblaciones civiles organizadas han utilizado con éxito métodos de resistencia noviolenta, incluidos boicots, huelgas, protestas y no cooperación organizada para exigir concesiones políticas y desafiar al poder enquistado. Por nombrar algunos, sanciones noviolentas sostenidas y sistemáticas, han derrocado regímenes autocráticos tras procesos electorales amañados en Serbia, (2000), Madagascar (2002), Georgia (2003) y Ucrania (2004–2005); pusieron fin a una ocupación extranjera en el Líbano (2005) y forzaron al Monarca de Nepal a realizar importantes concesiones constitucionales (2006). En los primeros dos meses de 2011, los levantamientos populares noviolentos en Túnez y Egipto sacaron del poder a regímenes consolidados hacía décadas. Mientras este libro es enviado a la imprenta, las expectativas de que el poder popular transforme el Oriente Medio siguen siendo reales.

En nuestra muestra de datos Campañas Violentas y Noviolentas y Resultados (NAVCO), analizamos 323 campañas de resistencia violenta y noviolenta entre 1900 y 2006.[6] Entre ellas hay más de cien importantes campañas de organización noviolenta desde 1900, cuya frecuencia ha aumentado con el tiempo. Además de su creciente frecuencia, las tasas de éxito de las campañas noviolentas han aumentado. ¿En qué se diferencia esto con las insurgencias violentas? Se podría suponer que las tasas de éxito pueden haber aumentado tanto entre las insurgencias noviolentas como entre las violentas. Pero en nuestros datos encontramos lo contrario: aunque persisten, las tasas de éxito de las insurgencias violentas han disminuido.

El hallazgo más sorprendente es que entre 1900 y 2006, las campañas de resistencia noviolenta tuvieron casi el doble de posibilidades de lograr resultados totales o parciales de éxito que sus contrapartes violentas. Como argumentamos en el capítulo 3, los efectos del tipo de resistencia sobre la probabilidad de éxito de la campaña son robustos incluso cuando tenemos en cuenta posibles factores de confusión, como el tipo de régimen objeto, la represión y las capacidades del régimen objeto.[7]

Los resultados empiezan a diferir sólo cuando consideramos los objetivos de las propias campañas de resistencia. Entre las 323 campañas, en el caso de las campañas de resistencia contra el régimen, el uso de una estrategia noviolenta aumenta considerablemente la probabilidad de éxito. Entre las campañas con objetivos territoriales, como la lucha contra la ocupación o la autodeterminación, las campañas noviolentas también tienen una ligera ventaja. Entre los pocos casos de gran resistencia que no caen en ninguna categoría (campañas contra el apartheid, por ejemplo), la resistencia noviolenta tiene el monopolio del éxito.

La única excepción es la secesión, en la que la resistencia noviolenta conduce al éxito con menos frecuencia que la insurgencia violenta. Aunque las campañas noviolentas de secesión no han tenido éxito, sólo cuatro de los cuarenta y una campañas de secesión violenta lo han tenido (menos del 10 por ciento), también un porcentaje poco impresionante. La implicación es que las campañas que buscan la secesión tienen una probabilidad muy elevada de carecer de éxito, independientemente de si emplean tácticas noviolentas o violentas. Exploramos varios factores que podrían influir en estos resultados en el capítulo 3. Es evidente, sin embargo, que especialmente entre las campañas que buscan cambio de régimen o liberación de una ocupación extranjera, la resistencia noviolenta ha sido estratégicamente superior. El éxito de estas campañas noviolentas—especialmente a la luz de las insurgencias violentas duraderas que tienen lugar en muchos de los mismos países- exige una exploración sistemática.

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